LOS GRADOS DE SEVERIDAD EN AUTISMO Y ASPERGER
Tenemos una necesidad innata de etiquetar, encajar, medir y encasillar
casi todo, y la severidad con la que los Trastornos del Espectro del
Autismo inciden en las capacidades globales de la persona no son una
excepción. En cuanto a la medición del Asperger no suele -curiosamente-
aparecer nunca, sencillamente se dice que la persona tiene Síndrome de
Asperger y punto, como entendiendo que el tópico aceptado comúnmente (y
bastante poco fiel a la realidad) pudiese dar una definición global de
la severidad -de algo extremadamente complejo- en una persona. En
Autismo sucede todo lo contrario, existen incluso grados de moda,
que acaba pareciendo una discusión de patio de colegio, “pues mi niño
tiene autismo, pues el mío también, pero leve”, ya que si es leve es
menos malo y no es tan preocupante.
Y aunque curiosamente se habla mucho sobre grados, casi nadie es capaz
de dar datos objetivos que nos puedan realmente servir como baremo
válido para medir una condición extremadamente diversa y sujeta a una
inmensa subjetividad. El afán social por disminuir la “gravedad” de una
“dolencia” nos encamina hacia el endulzamiento de la misma, como si no
fuese tan grave, y por tanto más fácil de asumir. Claro que mientras
empleamos nuestro tiempo en asumir, pasar duelos, aceptar, el grado de
“afectación” de nuestro hijo es motivo de discusión…, y un motón de
cosas más, nos preocupamos, pero no nos ocupamos.
Quisiera invitarles a un ejercicio de imaginación, usemos a dos personas
ficticias, Carlos y Ramón. Carlos tiene 17 años y Síndrome de Asperger,
cursa estudios de secundaria y tiene unas calificaciones más que
aceptables. Sin embargo, a lo largo de su vida ha sufrido todo tipo de
acosos, no tiene ni un amigo, se siente extremadamente solo y confuso.
Carlos está en medio de una profunda depresión y está estudiando muy
seriamente poner fin a su sufrimiento, es decir, quiere suicidarse.
Ramón tiene 17 años y Autismo “severo” con discapacidad intelectual
asociada. Asiste diariamente a una escuela donde en la actualidad está
en un programa de empleo, quiere ser jardinero, o al menos eso piensa
todo el mundo, ya que Ramón tiene muy poco lenguaje verbal, aunque su
nivel de comunicación no es del todo malo. La semana próxima va a
empezar unas prácticas en una empresa de jardinería de la zona. Los
fines de semana los pasa con su familia y vecinos. Todos adoran a Ramón,
es un muchacho alegre y feliz.
¿Y ahora bien, cual de los dos tiene un grado más severo? ¿Carlos que a
pesar de sus capacidades intelectuales quiere suicidarse? ¿O Ramón que a
pesar de sus “carencias” es un muchacho feliz?
Medir la severidad de los TEA en función de criterios de capacidades
“académicas” (Sociales no, recordemos que Carlos no tiene ninguna) o de
sus capacidades verbales puede llevarnos a conclusiones extremadamente
equivocadas. Cambiemos un poco nuestro punto de vista, pensemos en la
calidad de vida de la persona, Carlos no tiene ninguna, Ramón sí.
Pensemos que la severidad del grado la genera la respuesta del entorno a
la percepción de la persona en su conjunto, y no en la capacidad verbal
o (presuntamente) intelectual medible por instrumentos tipo test. No se
empeñen en medir las capacidades de sus hijos para poder darles un
grado “aceptable” emocionalmente, o en trabajar para superar un grado
“severo”. Midan su felicidad, midan la felicidad de la familia, ahí está
el quid de la cuestión. Hay por tanto dos grados de base, los que son
felices y los que no lo son. Pero tampoco quiero crear una nueva
clasificación técnica, sino más bien emocional (esto suena no muy bien,
pero me voy a arriesgar), es decir, cuando preparamos el modelo de
intervención para una persona con autismo, los profesionales evalúan sus
capacidades para poder diseñar el mejor modelo de intervención. Y como
es lógico y evidente, una persona con un compromiso intelectual
importante, con epilepsia y/o hiperactividad, pues va a tener unos
avances más lentos, una intervención mucho mas intensa, etc,…, que una
persona con una mayor capacidad de aprendizaje. Pero que eso no
convierta a uno en severo y al otro en leve, sino a lo que en realidad
son, dos personas diferentes, con vidas diferentes y logros diferentes,
ninguna tiene que ser mejor que la otra, comparar siempre es un mal
modelo, no comparemos a nuestro hijo con nadie, más que con él mismo, y
descubriremos que su evolución existe, al igual que su crecimiento.
Otro de los aspectos que quisiera destacar es relativo al Síndrome de
Asperger, se ha extendido mucho el tópico de que las personas con
Asperger son algo así como unos genios raros, que el Síndrome de
Asperger es algo que incluso puede ser genial (en todos los sentidos de
la palabra genial), y esto no es así. El Síndrome de Asperger puede ser
extremadamente destructivo con la persona, la incidencia de depresión,
ansiedad, etc,.., es elevadísima, el índice de suicidios se dispara en
comparación con la media, es decir, que de genial no tiene nada. Las
personas con Asperger requieren también de mucha atención y apoyo para
poder prepararse socialmente, para no tener que dedicarse a ser unos
meros supervivientes, así que de leve nada.
He afirmado en diversas ocasiones que en los Trastornos del Espectro del
Autismo hay dos grados, el de los que tienen una buena intervención y
el de los que no. Incluso un niño (o niña) a quien se le ha dado un
diagnostico de “autismo leve” si no tiene una intervención adecuada, con
el paso del tiempo, esa presunta levedad puede convertirse en una extrema severidad,
muchas familias informan de que su hijo era un amor hasta que llegó la
adolescencia y sus conductas cambiaron drásticamente, de ser un muchacho
sumiso y obediente a ser extremadamente conflictivo y agresivo.
La fotografía que ilustra este artículo muestra a dos mujeres con un
Trastorno del Espectro del Autismo, una de ellas es la famosa actriz Daryl Hannah,
quien a causa del Asperger ha tenido muchos problemas en su carrera
profesional, perdiendo además muchas oportunidades de trabajar. Por
contra, Carly Fleischmann,
fue diagnosticada con autismo severo, sin embargo un día demostró que
su severidad no era intelectual, incluso aprendió a escribir sola, hoy
mantiene un blog, escribe libros y es una defensora de los derechos de
las personas con autismo, demostrando claramente lo que desde Autismo
Diario venimos diciendo desde hace mucho, y es que autismo no tiene porque significar discapacidad intelectual.
Si su hijo (y generalmente por extensión la familia) es infeliz, quizá
algo estamos haciendo mal, incluso aunque nuestro hijo (o hija) tenga un
cociente intelectual asombroso y toque a Chopin con 6 años. Cuando me
refería a que los TEA son una discapacidad social,
hablaba sobre la salud social, y esta salud social está íntimamente
relacionada con los niveles de sosiego y calma y por extensión de
felicidad. Y por tanto, la aceptación social será en muchos casos uno de
los factores de medición, aunque realmente este factor sea externo y no
atribuible a la persona ni a su familia, si o al esfuerzo social por la
aceptación, comprensión y entendimiento de la diversidad como algo
enriquecedor y no excluyente.