Acabas de ser mamá y seguro que ya has escuchado muchas veces la dichosa frasecita: «deja que llore, no le va a pasar nada».
Ese es uno de los consejos más negativos que puede llegar a escuchar una mamá primeriza, así que deja que te entre por un oído y te salga por el otro.
Ese es uno de los consejos más negativos que puede llegar a escuchar una mamá primeriza, así que deja que te entre por un oído y te salga por el otro.
Vamos a meternos en la piel de tu bebé durante un rato. Allí está, pequeñito, frágil, recién llegado a un mundo en el que todo le es desconocido, todo salvo —lo has adivinado— tú. Tú has sido su hogar durante nueve meses. Conoce de sobra los sonidos de tu cuerpo, tu calor, el olor que te define. Y sabe que es tu cuerpo lo que necesita para sentirse seguro. Es pequeñito, sí, pero ya sabe —está inscrito en su código genético— buscar el placer y huir del dolor. El placer es tu calor y tu cobijo. El dolor es la separación.
Imagina que tú eres ese bebé. Tienes hambre. ¿Cómo lo comunicas? Lloras. Si no lloraras, morirías. Lo mismo si tienes frío, o miedo, si estás incómodo, o si simplemente necesitas el abrigo de tu madre, lo único que te es familiar. Lloras. No sabes expresarte de otra forma que no sea llorando. Sabes que algo no está bien, y lloras. Lo haces porque la naturaleza te ha diseñado para que lo hagas, de la misma forma en que ha diseñado a tus padres para que acudan a consolarte.
Ahora volvamos a ti, a la nueva madre (o padre). ¿Cuál es tu primer impulso al escuchar llorar a tu bebé? Estoy segura de que no es dejar que llore para que no se «malacostumbre». Al contrario: tu impulso, aquello que harías sin pensar, es correr a consolarlo. Este impulso está inscrito en tu código genético. Si no fuera así, la raza humana se habría extinguido hace miles de años.
Un bebé que llora es un bebé que sufre. Que tiene una necesidad que no está siendo satisfecha. Puede que sea hambre, o frío, o que le duela algo, o que esté incómodo. O puede que, simplemente, necesite sentirse amado y protegido, que es en realidad la necesidad primaria de todo bebé, antes incluso que el alimento.
Cuando no atendemos de inmediato el llanto de un recién nacido, no sólo estamos poniéndolo en peligro, sino que además le estamos enviando el mensaje de que es impotente, de que nada que haga hará que se satisfagan sus necesidades. Así que pronto aprenderá a quedarse calladito, y nos dirán «¿ves cómo no le pasaba nada?» Alabarán lo bueno y tranquilo que es nuestro bebé, «que no molesta», «que se queda solo en la cuna sin protestar, qué maravilla».
Un bebé que llora espera atención, y al no recibirla, aprende que el mundo no es un lugar seguro. Este es un condicionamiento que lo acompañará hasta su vida adulta.
¿Qué hacer con un bebé que llora todo el día?
Pero claro, hay veces en las que un bebé llora sin parar, por más que intentemos consolarlo en brazos, por más mimos y canciones, por más que esté limpio y haya comido y dormido, y esta puede ser una verdadera causa de angustia para cualquier padre o madre. En ese caso lo único que podemos hacer es seguir acunándolo y brindándole nuestros brazos, todo el tiempo que haga falta, tal como haríamos con nuestra pareja o nuestro mejor amigo (si tu amigo no para de llorar, no lo dejas llorando solo y te vas, ¿verdad?).
Pero si el bebé lleva mucho tiempo llorando, o si los episodios se repiten con frecuencia, lo mejor es llevarlo cuanto antes al pediatra, para descartar cualquier afección. Lo que sí es importante es tomarse el llanto de los bebés en serio, porque no tienen otra manera de comunicar su malestar.
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