Inteligencia emocional


Hoy en día ha surgido un movimiento dentro de la Psicología que trata de investigar y poner en práctica formas saludables para desenvolverse en la vida e ir forjando una personalidad equilibrada y optimista. En esta sección se irán presentando una serie de pautas útiles, tanto para padres como para todas aquellas personas que conviven con los niños, que tienen que ver con esta nueva forma de contemplar la inteligencia: la emocional.

¿Qué queremos decir cuando hablamos de inteligencia emocional?
 
Salovey y Mayer (1990) definieron inicialmente la Inteligencia Emocional como “la habilidad para manejar los sentimientos y emociones propios y de los demás, de discriminar entre ellos y utilizar esta información para guiar el pensamiento y la acción...”. Este término fue popularizado por Goleman (1996) y, en la actualidad, es la base de multitud de programas dirigidos tanto a niños como a adultos. En aquellos niños y jóvenes con síndrome de Down tiene una especial importancia, para conseguir que sean cada vez más capaces de adecuar sus emociones a las diversas situaciones en las que se desenvuelven, sentirse bien consigo mismos y relacionarse con los demás, de manera que puedan ir avanzando en su desarrollo personal.

¿Por qué es importante la Inteligencia Emocional en los niños con síndrome de Down?

Tradicionalmente, en el campo de las necesidades educativas especiales, se ha trabajado enormemente en el desarrollo de la mente racional del niño, pensante, dejando de lado la mente emocional, más impulsiva y aparentemente irracional. Estas competencias intelectuales son un componente importantísimo a desarrollar en los niños con síndrome de Down; sin embargo, es indudable que deben emparejarse con otros contenidos como son el hecho de que el niño aprenda a quererse, a conocerse, a saber relacionarse y a desenvolverse, poniendo en práctica estas habilidades tan importantes en la vida cotidiana para cualquier persona.

La alfabetización emocional, término que hace referencia a los programas concretos que pretenden facilitar un desarrollo de la inteligencia emocional, de las habilidades que tiene una persona para relacionarse de forma eficaz consigo mismo y con su familia, compañeros, profesores u otras personas de su entorno, es importante para cualquier individuo e igualmente válido para una persona con síndrome de Down, aunque con algunas especificidades relativas a sus necesidades concretas. Comunicar sus necesidades con precisión, solicitar ayuda, manejar la ansiedad, tomar un papel activo y controlar su lenguaje o, incluso, acomodar la forma de relación y convivir con compañeros de acuerdo a unas normas, se convierten para estos niños y jóvenes en habilidades básicas a desarrollar y podemos incidir en ellas desde la Atención Temprana.

La Atención Temprana busca potenciar las capacidades de los niños, actuando además en colaboración con las familias y el entorno. De este modo, se estimula el tacto, la vista, el razonamiento lógico, la creatividad, la motricidad. Sin embargo, la persona en su globalidad tiene otras facetas de su personalidad que pueden ser desarrolladas desde edades tempranas. La emocionabilidad y la sociabilidad, por lo tanto, entran en este grupo de capacidades menos intelectuales, aunque igual o más importantes, para el desarrollo de una personalidad armónica y completa.

Un programa específico en inteligencia emocional para los niños y jóvenes con síndrome de Down responderá, por lo tanto, a multitud de cuestiones que todos nos hacemos en el día a día: ¿se sentirán felices?, ¿sabrán salir airosos de situaciones novedosas?, ¿cómo se podrá potenciar su competencia social?, ¿cómo se fomentará que se sientan cómodos y aceptados por los demás y por sí mismos?

Se pretende completar la formación del niño desarrollando hábitos de expresión y comprensión adecuados de emociones y de habilidades interpersonales básicas para su equilibrio social, a la vez que técnicas de autocontrol del comportamiento.

¿Qué componentes tiene la Inteligencia Emocional?
 
Fundamentalmente, los componentes de la Inteligencia Emocional son: las emociones, los pensamientos y conductas, la auto-aceptación, la solución de problemas y las relaciones interpersonales.

Las emociones: el primer paso será aprender a identificar y etiquetar las propias emociones, desarrollar un vocabulario emocional, evaluar su intensidad y manejar sus reacciones emocionales identificando maneras adecuadas de expresarlas.

Los pensamientos y conductas: conviene que los niños comprendan la mutua relación entres sus pensamientos, emociones y comportamientos. Se tiene que desarrollar la motivación de logro de cada uno, para que puedan adquirir seguridad en lo que hacen y pidan ayuda sólo cuando lo necesiten. Controlar las emociones significa la capacidad para demorar gratificaciones y frenar la impulsividad.

La auto-aceptación: lo principal es que los niños desarrollen una aceptación incondicional de sí mismos y de los demás. Con este fin aprenderán a conocerse mejor, reconociendo cuáles son sus puntos fuertes y débiles; aprendiendo a quererse y aceptarse con independencia de sus errores, debilidades, rendimientos o, incluso, con independencia de las opiniones de los demás.

La solución de problemas: desde una edad temprana tienen que aprender que existen distintos tipos de situaciones y que cada una les exigirá unas u otras respuestas. Además, aprenderán a identificar diferentes alternativas de solución a los problemas. Todo ello se les enseñará con el fin de que aprendan a tomar las decisiones más convenientes y resuelvan de la mejor manera problemas cotidianos.

Las relaciones interpersonales: se basan en el autocontrol y la empatía, ponerse en el lugar del otro, e implican el desarrollo de la competencia social, la cooperación y los lazos de amistad. Los niños deben aprender a ponerse “en la piel” de otras personas, a iniciar y mantener amistades, comunicarse mejor con sus amigos, padres y profesores.

¿Qué papel tiene la familia en el desarrollo de la Inteligencia Emocional?
  
La mayor parte de los modelos de conducta se aprenden, sobre todo de los padres y las personas que rodean al niño. Para conseguir que el niño desarrolle su competencia emocional será, por lo tanto, imprescindible que los padres cuenten con la suficiente información como para poder desarrollarla en sí mismos y hacer que los niños también la aprendan y desarrollen. Si los padres son maduros e inteligentes emocionalmente y van aceptando progresivamente las cualidades tan positivas que tiene su hijo, éste recibirá mensajes positivos que le permitirán entender las consecuencias de sus conductas y por qué estas son o no favorables. La educación emocional empezará, de hecho, desde el hogar.

Los niños se irán formando en la madurez emocional a medida que los adultos les enseñen y practiquen con ellos. Son aspectos claves en este camino el hecho de manifestarles confianza, ser sinceros sobre lo que se les dice o evitar el control excesivo, a la vez que saber ponernos en su lugar para saber cómo se sienten, alentarles a decir lo que les gusta o desagrada y animarles a iniciar conversaciones y juegos con otros niños.
Los padres deben tener siempre presente que los niños aprenden poco a poco y que ellos son la principal fuente de información; es allí donde radica la importancia de formar y educar para poder adquirir una mejor madurez emocional; habilidades que no sólo les servirán para desenvolverse en la escuela y tener amigos, sino para toda la vida.

Los niños van avanzando desde la primera infancia, donde están más centrados en sí mismos, a ser cada vez más sociables, les encantan cada vez más los juegos colectivos y disfrutan de las relaciones sociales, pero este desarrollo radica en un buen aprendizaje. En el primer año de vida lo importante será prestar una gran atención a sus señales (su contacto visual, la sonrisa, las expresiones faciales, el llanto, sus movimientos...) y “escuchar” sus demandas, aunque las digan sin palabras. Los niños con síndrome de Down requieren un gran esfuerzo para interpretar correctamente las emociones y expresarlas de forma clara. Por esta razón, desde el comienzo de la vida, es importante que los adultos se fijen en las señales que muestran para proporcionarles una respuesta clara y les animen a expresar sus sentimientos mediante la mirada y los gestos corporales en un comienzo.

Según Vargas y Polaino-Lorente (2001) el ser humano necesita establecer vínculos afectivos con otras personas, ya que el aprendizaje comienza precisamente ahí, con la presencia y proximidad física, el contacto, el calor y la caricia de las figuras de apego. Sólo a partir de dicha vinculación el niño desarrollará la conducta exploratoria, la imitación y la identificación, que serán las principales fuentes de su aprendizaje. En definitiva, las primeras experiencias tienen una gran repercusión en el futuro desarrollo emocional, cognitivo y social del niño.

Cuando el niño va creciendo los padres pueden en ocasiones brindarle una ayuda excesiva anticipando sus necesidades, intuyendo lo que éste necesita emocionalmente, sin que llegue siquiera a expresarlo de una u otra forma. Será, por lo tanto, un objetivo a tener en cuenta el hecho de “no darle todo hecho”, sino facilitar momentos de calma donde el niño pueda ir expresando lo que quiere, que se sienta respetado para ir siendo cada vez más autónomo y consiguiendo metas por sí mismo.

Para desarrollar la Inteligencia Emocional, ¿qué habrá que tener en cuenta?
 
En las emociones hay distintos componentes que se mezclan y relacionan entre sí y que hacen de ellas una de las grandes cualidades del ser humano.

Cuando una persona se “emociona”, esto puede advertirse en varios aspectos:

Sus conductas: ante una emoción realizamos gestos faciales, decimos algo o nos movemos de un lado a otro. Estas expresiones pueden verlas los demás y, por lo tanto, nos comunicamos también por medio de ellas. Si los niños aprenden a reconocer estas señales será un gran paso para saber etiquetar emociones, ponerles nombre. Sin embargo, en multitud de ocasiones los sentimientos no suelen expresarse verbalmente, sino a través del tono de voz, los gestos, miradas, etc. La clave para reconocer las emociones reside también en la destreza para interpretar el lenguaje corporal, habrá que hacerles prestar una gran atención a estas señales para que aprendan a discriminarlas.

Sus signos corporales: unas u otras emociones inducen respuestas muy distintas en nuestro cuerpo como, por ejemplo, la aceleración del ritmo cardiaco, la sudoración, los movimientos del estómago o la tensión de los músculos. Cuanto mejor conozca el niño lo que le sucede ante cada emoción, mejor sabrá controlarlas y cambiarlas, si es necesario, por otras más adecuadas.

Sus pensamientos: lo que se piensa en cada situación influye notablemente en cómo se resuelva. Si los niños aprenden a sentirse capaces para salir airosos de situaciones que ahora contemplan como difíciles, se sentirán más seguros e intentarán resolverlas, prestando atención a lo que se dicen a sí mismos. Aquí entra también en juego lo que los adultos les decimos sobre lo que pueden hacer, lo que se les da bien y lo que deben intentar explorar. Comentarios como “Lo vas a hacer bien”, “Tu puedes” o “Qué bien te ha salido” son siempre mucho más gratificantes para ellos y les impulsarán a tener un mejor autoconcepto de sí mismos.
En el programa que se presenta se pretende trabajar primero las habilidades básicas de las emociones para, una vez puestas en práctica, aprovecharlas para trabajar otras capacidades más “laboriosas” que incluyen a las anteriores. Así, se trabajarán los siguientes módulos:
  • Conozco y expreso
  • Las emociones me hablan
  • Aprendo a controlar las emociones
  • Tengo autoestima
  • Puedo tomar decisiones
  • Sé hacer amigos y mantenerlos
Conozco y expreso emociones
El primer paso en la Inteligencia Emocional

¿Cómo se puede desarrollar la comprensión y expresión de emociones en los niños?

En nuestra cultura no es habitual la educación en expresión verbal y no verbal de las emociones. Es el momento de irles enseñando progresivamente a los niños a poner nombre a las emociones básicas y a captar los signos de expresión emocional de los demás, a interpretarlas correctamente, asociarlas con pensamientos que faciliten una actuación adecuada y a controlar emociones que conlleven consecuencias negativas. Puede aprovecharse cualquier situación para hacer que se fijen los niños en las emociones. Por ejemplo, cuando se sientan contentos, tristes o enfadados, diciéndoselo explícitamente, animándoles a que presten atención a los gestos de cada emoción, a lo que les produce cada una de ellas. Un paso más adelante será hacer que se fijen en las emociones de otros, en cómo se sienten, para que puedan llegar a compartir emociones y tener presente su importancia dentro de las relaciones sociales.

Dichas habilidades se pueden aprender aprovechando cada momento cotidiano en el hogar o en el aula. Sin embargo, enseñar al niño a controlar sus emociones es diferente a reprimirlas. Tendrá que aprender a expresarlas de acuerdo con el momento, la situación y las personas presentes y, en este aspecto, el adulto ha de sentirse cómodo y hacerlo de forma adecuada.

Desde que el niño es pequeño y juega con otros niños será importante ir enseñándole lo que significa el respeto a los demás (mediante el respeto de turnos, prestar juguetes, no mostrarse agresivo), la relación con los demás (saludando y despidiéndose, pidiendo las cosas antes de quitarlas, aprendiendo a iniciar juegos) y la expresión de los propios sentimientos. Esto se convertirá en una tarea mucho más fácil si la educación emocional comienza desde que el niño nace, si procuramos que el entorno familiar sea estimulante para el niño, proporcionándole a menudo expresiones de cariño y diciéndole todo aquello que hace bien.

Actividades

Algunas actividades para iniciar a los niños en el reconocimiento y diferenciación de las emociones básicas son, a modo de ejemplo:

- Proporcionarles un vocabulario relativo a las emociones, para que de esta forma puedan iniciarse en la identificación y comunicación de sentimientos. Es importante brindarles un vocabulario emocional, llamar a las emociones por su nombre: estoy enfadado, estoy triste, siento rabia, estoy contento…

- Pintar con ellos caras de personas que expresen la alegría, la tristeza o el enfado, haciendo que el niño participe y se fije bien en la diferente expresión entre una y otra emoción. Estos dibujos pueden exponerse en un lugar visible de la casa y, cuando el niño manifieste una emoción, llevarle a ese lugar para que intente señalar la que le ocurre a él y se fije bien en ellas. Será una sencilla forma para aprender a etiquetar emociones.



- Plantearle alternativas sobre qué emoción siente en cada momento, para que decida cuál es la que le ocurre. “¿Estás contento o enfadado?”

- Delante del espejo imitar con el niño distintas expresiones que representen estados emocionales, para que observen en ellos y en el adulto cómo cambian los ojos, la boca, la frente, las cejas... con cada una de ellas.

- Realizar caretas con cartulinas, cada una representará una emoción. Se puede jugar a que adivinen qué emoción representa cada careta.


- Con un álbum de fotos se puede pasar un momento agradable y educativo emocionalmente, enseñando al niño cada emoción en sus propias fotos y en aquellas en las que aparecen otras personas. De esta forma cada vez será más capaz de diferenciarlas y reconocerlas en sí mismo y en los demás.

- Durante el juego aprovechar para provocar emociones en los personajes y hacer que el niño se fije en ellas: “Mira qué contento está el muñeco cuando gana en la carrera”.

- Aprovechar cualquier situación de relación social, juego o, incluso, conflicto, para poner nombre a las emociones: “Mira cómo llora Juan, se ha caído y le duele mucho.”
El tiempo que se comparte con los niños es vital para proporcionarles un marco de apoyo en el que se desarrolle de forma adecuada su inteligencia emocional.

La educación de las emociones tiene un gran peso en la prevención de posibles problemas emocionales y en el desarrollo de la personalidad del niño. Esta forma de educación debe ser, sin embargo, un proceso continuo y permanente, se puede y debe realizar a lo largo de toda la vida. La competencia emocional se logra a través de la experiencia, de la práctica diaria, contemplando cada momento como una gran oportunidad para aprender y mejorar en este aspecto.

Bibliografía recomendada:
Elias, M., Tobias, S. y Friedlander, B. (1999) Educar con Inteligencia Emocional. Cómo conseguir que nuestros hijos sean sociables, felices y responsables. Barcelona: Plaza y Janés.
Glennon, W. (2002) La inteligencia emocional de los niños. Claves para abrir el corazón y la mente de tu hijo. Barcelona: Paidós.
Goleman, D. (1996) Inteligencia Emocional. Madrid: Kairós.
Goleman, D. (1999) La práctica de la Inteligencia Emocional. Madrid: Kairós.
Shapiro, L. (1997) La inteligencia emocional de los niños. Una guía para padres y maestros. Bilbao: Grupo Zeta.
Torrabadella, P. (1998) Cómo desarrollar la Inteligencia Emocional. Madrid: RBA Libros. Vallés, A. y Vallés, C. (2000) Inteligencia emocional. Aplicaciones educativas. Madrid: EOS.

Las emociones me hablan
¿Cómo pueden “hablarnos” las emociones?
Las emociones son un estado complejo de activación del organismo. A través de ellas percibimos lo que sucede a nuestro alrededor y nos mueven a actuar. Es cierto que las emociones “nos hablan”, son capaces de expresarnos algo, pero con un lenguaje muy distinto al que estamos acostumbrados a escuchar.
Si enseñamos a los niños desde que son pequeños a darse cuenta de sus propias reacciones emocionales les estaremos ayudando a entenderse a sí mismos, pero también a los demás, desarrollando la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de otro y de actuar en consecuencia.
La propia estima y valía del niño, un buen autoconcepto, empieza ya a establecerse en los primeros años de vida y permite a éste enfrentarse a sus problemas, a los cambios. El hecho de potenciar su autoconocimiento emocional será una herramienta muy útil para desarrollar aquellas emociones positivas, aquéllas que más le ayudarán en la vida.
¿Cómo fomentar que los niños se conozcan más a sí mismos?

El conocimiento de uno mismo es un gran paso en la inteligencia emocional: si no nos conocemos a nosotros mismos difícilmente podremos conocer cómo son los demás.
La mayoría de las emociones se expresan de forma no verbal, es decir, sin palabras pero a través del lenguaje corporal. Por ejemplo, cuando nos emocionamos cambia nuestra mirada, orientamos nuestro cuerpo y colocamos las manos de una forma determinada, incluso, llegamos a modular el contacto físico o la propia voz. Reconocer e interpretar el lenguaje no verbal es complicado, requiere mucho esfuerzo y práctica; sin embargo, es uno de los “ingredientes” fundamentales de la inteligencia emocional.
No conviene someter a censura las emociones, ya que entenderlas constituye uno de los aprendizajes más importantes en la vida de una persona y “disfrazarlas” no contribuirá a desarrollar su madurez emocional. Una vez el niño ha aprendido a etiquetar las emociones básicas se le puede facilitar un mayor conocimiento sobre lo que éstas avivan en él. Se trata de que ellos mismos descubran que sentirse contento, optimista, tiene muchas más ventajas que estar triste o enfadado. Sin embargo, conviene subrayar que tampoco debemos disfrazar las emociones que nos disgustan: estar triste, preocupado, nervioso, enfadado… Todas forman parte de nosotros y para manejarlas, el primer paso es reconocerlas.
Aunque nos parezca algo sencillo muchas veces somos los adultos quienes más fallamos en esta observación y, ante un pequeño contratiempo, nos enfadamos o se nos nota muy nerviosos, transfiriendo así un modelo erróneo a los niños. El adulto constituye el marco principal de referencia de los niños y ha de tener presente la importancia de su propio control emocional. De nada serviría enseñar al niño a estar contento si le llevamos en coche y nos ve nerviosos en un atasco, si se nos cae un plato y ponemos el grito en el cielo, si nos descontrolamos ante cualquier pequeño percance.

¿Cómo podemos ayudar a los niños a “escuchar” a través de su cuerpo las emociones?
Conviene hablar de forma abierta de las emociones propias, que el niño lo vea como algo natural y sea consciente de aquellas que experimenta en sí mismo. Al convivir con un niño con síndrome de Down se ha de estar atento a sus señales emocionales y fomentar su expresión. Si hacemos esto tendremos oportunidad de enseñarle a fijarse en la reacción que el entorno tiene a cada una de sus emociones y de fomentar aquellas más adecuadas. Por ejemplo, si el niño se lo ha pasado muy bien, se ha reído, ha disfrutado, podemos hacerle ver el cosquilleo que siente en la tripa, la sensación de “estar a gusto” que experimenta, a la vez que le remarcamos las consecuencias positivas de dicha emoción: los demás juegan con él, pone muy contentos a otros y le dejan compartir sus juguetes, es muy divertido para todos. Además, conviene indagar con el niño qué situación ha provocado esa emoción. Evidentemente, el nivel evolutivo del niño tendrá un gran peso a la hora de ofrecerle más o menos detalles y de utilizar uno u otro lenguaje.
El modo de interacción de los padres con su hijo determinará en gran parte su capacidad de resolución de problemas, su autonomía y su conducta social. Es necesario fomentar y permitir más la iniciativa del niño, incluso el error. Solamente aprendemos si se nos permite actuar, experimentar emociones y ver con cuál nos sentimos mejor.
Las emociones nos llevan a actuar y algunas de ellas nos permiten afrontar situaciones verdaderamente difíciles. Son estas últimas las que debemos potenciar en los niños como forma de aprender a salir con éxito de situaciones difíciles.

Actividades:
  • Ayudarle a que preste atención a cómo dice las cosas cuando está contento pero también cuando siente alguna emoción negativa para él, que vea la diferente expresión entre una y otra.
  • Jugar a decir emociones a través de la mímica, de esta forma aprenderá a ver la importancia a las señales corporales y fijarse en ellas.
  • Sobre todo con los más pequeños ofrecerles posibilidades reales de elección de emociones, ya que muchas veces no saben con cuál responder a un suceso. Por ejemplo, si el niño se ha caído y no tiene importancia, no conviene hacerle que se concentre en el dolor, sino en lo bien que se lo estaba pasando y animarle a que vuelva a esa actividad. Una opción consiste en identificar situaciones que le hayan ocurrido a él y en las que se haya sentido: contento (cuando llega mamá, cuando nos dan un regalo, cuando vamos al parque, cuando jugamos con un amigo...), triste (cuando hacemos algo mal, cuando se rompe algo que nos gusta mucho, cuando lloramos,...), enfadado (cuando no nos dan algo que queremos, me han pegado, me gritan, otro niño no nos deja subir al tobogán...) etc.
  • Podemos utilizar cuentos infantiles con ilustraciones claras para que aprendan a situar las emociones en su cuerpo. Se les harán preguntas a los niños sobre cómo se siente cada personaje, viendo cómo influye a su vez en los demás personajes del cuento. Se cuidará, ante todo, la entonación para enfatizar emociones, exagerando la musicalidad y haciendo pausas para llamar su atención.
  • Todos podemos dedicar un rato de la magia de los cuentos a los niños. Se puede fabricar un cuento personalizado sobre situaciones relacionadas con su vida cotidiana, de esta forma el niño se identificará con el personaje y podrá ver cómo sale airoso cambiando sus emociones negativas de miedo o ira por otras más adaptadas. Los cuentos se pueden utilizar para ayudarles a comprenderse, las historias que les ofrezcamos les darán información sobre sus propias emociones.
  • Aprovechar el recurso de la música para que sientan emociones en sí mismos y vean cómo afectan a su estado de ánimo.
  • Con un guiñol se pueden representar cuentos que escenifiquen situaciones asociadas a emociones. Se les preguntará a los niños la emoción de cada uno de los personajes y las consecuencias que han aparecido. Será un gran recurso para que lo vean y juzguen cuál merece la pena.
  •  El juego contribuye a que el niño entienda lo que le rodea, a la vez que pone de manifiesto sentimientos que tiene dentro. Permitir que el niño juegue libremente y sin dirigirlo de forma constante es sano para él, le permitirá sacar a la luz emociones que tiene dentro.
  • El niño desarrollará emociones positivas si le elogiamos lo que hace bien, sin embargo, no conviene adularle de forma excesiva ya que perdería todo su efecto motivador y el niño no aprendería a discriminar cuándo se le está elogiando por su esfuerzo.
  • Potenciar los momentos de risa y alegría en la familia, un buen recurso son los juegos cooperativos en los que todos puedan participar y comunicar emociones.
  • Acostumbrarles a que no tengan todo “ahora”, que aprendan a demorar poco a poco las cosas que quieren.
  • Admitir los adultos que nos equivocamos y cambiamos emociones negativas por positivas. Nadie es perfecto.

El profesor podrá intervenir asimismo con su actuación profesional en el aula, proporcionando pistas para ayudar a sus alumnos para favorecer el contacto personal y la posibilidad de hablar de sentimientos de forma natural. Hay que tener en cuenta que un adecuado acuerdo entre el núcleo familiar y el centro educativo es fundamental para la formación integral del niño y la unificación de criterios. Desde ambos entornos se establecen los puntos de referencia necesarios para su desarrollo socio-emocional.
Para llegar a establecer una relación armoniosa con el niño es necesario aceptarle tal y como es, una persona con sus propias características, pero siempre capaz de mejorar y aprender, incluso en el área de las emociones.


Aprendo a controlar las emociones
Una vez adentrados en el mundo de las emociones, ¿cómo podemos lograr que los niños sepan superar aquellas que les producen malestar y cambiarlas por otras más optimistas? No se trata de enseñarles a ocultar sus emociones, ni reprimirlas, sino de aprender a tranquilizarse ante un reto, mirarlo desde otra perspectiva y saber son ellos quienes lo han logrado.
Si desde su nacimiento el niño ha podido disfrutar de un vínculo seguro tendrá una mayor autoconfianza y una mejor capacidad para controlar sus emociones: intentará superar cada reto y tratará de perseverar, aunque no siempre tenga éxito, pero sabrá que cuenta con apoyos en su relación con los demás. Los padres tienen una importancia indiscutible en la educación del niño; por lo tanto, el propio modelo que ellos muestran en el control de sus emociones tiene una gran influencia sobre el desarrollo de su hijo como ser autónomo.
Para establecer relaciones armoniosas con el niño es necesario aceptarle tal y como es, una persona con sus propias características, que tiene capacidades que se le dan mejor y otras en las que necesita más ayuda. Hay que considerar al niño en su globalidad, con la intención de darle las oportunidades que necesita y desarrollar su potencial respecto a todas las áreas: motora, lenguaje, perceptiva, cognitiva, social y emocional. Hay que tener en cuenta que con una actitud protectora, aunque se haga con la mejor intención, se puede llegar a obstaculizar el proceso de autonomía y desarrollo emocional. La persona con síndrome de Down debe ser un miembro más de la familia y no un mero receptor de ayuda familiar. Es necesario ser menos directivo, permitiendo la iniciativa del niño, incluso el error. Ya que solamente se aprende si se les permite actuar.
Es sabido que el optimismo está íntimamente relacionado con el bienestar y la autoestima. Por lo tanto, habrá que ayudar al niño a aceptarse tal y como es y, desde ahí, potenciar sus cualidades que le hacen único.

¿Qué hacer para proporcionar a los niños un adecuado modelo de control emocional?

1. Comunicarnos de forma eficaz

Comunicar supone manifestar actuaciones, pensamientos o sentimientos en situaciones interpersonales. Todo es comunicación, desde un gesto hasta una palabra. Es evidente que existen diversas formas de comunicar: cada persona que observemos tendrá un estilo u otro. Sin embargo, la manera que refleja una madurez emocional es la llamada “comunicación asertiva”, aquella que consigue sus objetivos teniendo en cuenta las señales que el otro transmite. Es la que muestran las personas que hablan seguras y confiadas, con una postura relajada y miran a los ojos de la persona que escucha. Dicen lo que pretenden decir, pero teniendo en cuenta los sentimientos del otro, empatizando con él. Una persona asertiva puede potenciar en el otro emociones positivas y supone un modelo seguro de control emocional.
¿Cómo podemos fomentar la asertividad –es decir, esa transmisión de seguridad y confianza– en nuestra relación con los niños? Poniéndonos a su lado e intentando pensar como ellos, según su edad, lo que les gusta y lo que más les cuesta. Es mejor elegir momentos de distensión para comunicarse, donde la prisa no sea un obstáculo, y mostrar señales a los niños que hagan evidente que se les escucha y que el mensaje tiene importancia para el adulto: asintiendo, mirándole a los ojos, preguntándole, estando próximo a ellos... El hecho de hablar de lo que hace en el colegio, los amigos que tiene, aquello que más le cuesta y lo que mejor le sale, es indispensable para que se sienta comprendido y apoyado.
Esta forma de comunicar, de sintonizar con él, conviene que sea aceptada y generalizada en el hogar y la escuela, para crear una coherencia en el niño y motivarle entre todos. Pero en la comunicación con el niño con síndrome de Down hemos de tener muy en cuenta lo siguiente: el niño entiende mucho más de los que podemos deducir por su capacidad de expresarse verbalmente. De modo que aun cuando él hable o trate de explicar poco, nosotros podemos comentarlo y contestarle con más amplitud, aunque con sencillez, sabiendo que él nos entiende.

2. Desarrollar la afectividad
Demostrar afectividad no es una tarea siempre fácil. Muchas veces las prisas o la rutina hacen que no nos fijemos en su importancia para los niños. El rostro es una parte de nuestro cuerpo que puede proporcionarles información sobre el grado de aceptación y el humor. A través del rostro, el tono de voz y el movimiento corporal el niño puede captar distintas emociones que le proporcionen respuestas ante lo que él hace.
El acercamiento físico, a través del tacto y caricias, es una buena demostración que al niño le ayuda a sentirse a gusto. Sin embargo, no conviene caer en el error; no hace falta premiar siempre que el niño hace algo bien con refuerzos tangibles como golosinas, cromos, muñecos, etc. Es incluso más efectivo el refuerzo social a través de los elogios y manifestaciones afectivas y, sobre todo, ayudará al niño a considerar la importancia de las relaciones sociales a lo largo de toda su vida. Esta es una tarea que se les ha de demostrar desde el principio, desde que son pequeños, porque son como una “esponja” capaz de aprender de las emociones.

3. Controlar la conducta
Los niños han de enfrentarse a numerosas situaciones a la hora de afianzar en su autonomía, aunque muchas veces no saben expresar exactamente sus deseos y necesidades. Todas estas experiencias incomodan al niño, cuyas habilidades motoras y comunicativas son todavía muy limitadas; su autocontrol necesita desarrollarse y pueden reaccionar con rabietas, enfados, o incluso manifestar ira contra el profesor u otro alumno. Lo mejor es permanecer tranquilos, acercarnos al niño y hablarle en un tono suave; de esta forma podrá fijarse en nuestro comportamiento y verá que estar relajado proporciona un mayor bienestar. Otra alternativa es llevarle con suavidad y firmeza a otro lugar y esperar a que se le pase, dejando claro al niño que no hay otra solución, pero que no es un castigo, y que puede elegir otra alternativa si su comportamiento es más adecuado.
El efecto de las expectativas, llamado efecto Pigmalión, muestra que la opinión preconcebida que el padre o el profesor puedan tener del niño condiciona la forma de interactuar con él y afecta, en consecuencia, a su conducta. Si pensamos que, debido a su discapacidad, el niño no va a ser capaz de mejorar en el plano emocional se lo estaremos transmitiendo a él y no se esforzará. Cambiemos, por lo tanto, nuestra forma de verle y pensemos en positivo, convenciéndonos de que, del mismo modo que aprende a hacer fichas o actividades escolares, puede aprender y mejorar en su capacidad emocional.
Muchos niños con síndrome de Down tienen elevadas expectativas de fracaso; por lo tanto hay que lograr que aprendan a ver la relación entre su esfuerzo y el éxito que depende de ellos mismos. Conviene ayudarles a superar dificultades y que lo perciban como un éxito propio, plantearles metas realistas que consigan por sí mismos. Una buena estrategia será potenciarles pensamientos positivos para afrontar retos, “¡Yo puedo!, ¡Lo haré bien!”, que sean ellos quienes se lo repitan para no hacerles dependientes de la aprobación de los demás. Si siempre se les pide por encima o por debajo de sus posibilidades estaremos mermando su motivación. Hay que proponerles actividades y responsabilidades cada vez más difíciles, que supongan un reto para ellos y compararles en sus progresos consigo mismos.
Conviene explicarles de forma sencilla las situaciones nuevas o difíciles, qué les ha llevado a sentirse incómodos o nerviosos, intentando describirles algunas de ellas antes de que lleguen. Esto se consigue realizando una escucha activa entre los padres y el niño, partiendo de sus propias experiencias y planteándoles aquellas situaciones que supieron resolver. Aun así, la exposición a situaciones nuevas o difíciles deberá realizarse de forma progresiva, utilizando técnicas de relajación que planteen al niño una visión más optimista.
Se puede utilizar el juego para que inventen alternativas a un problema y dialogar cuál es la mejor. Mediante el juego simbólico o de ficción, el niño podrá expresar qué situaciones le preocupan más, plantear alternativas y evaluar las consecuencias de sus acciones. El juego es una buena forma para que el niño participe, se exprese y desarrolle sus emociones.


Actividades para trabajar el control de las emociones
Los objetivos serán:

- Desarrollar la habilidad de regular las propias emociones
- Superar tensiones y ansiedades, creando una actitud positiva frente a los problemas
- Conocer técnicas para relajarse

1. Aprendo a respirar
  

Esta actividad se basa en la importancia de la respiración como proceso para relajarse. De forma sencilla, utilizando dibujos o globos, se les puede explicar a los niños cómo el aire “bueno” entra por la nariz o la boca hasta los pulmones, que se hinchan cuando se llenan de aire, igual que un globo. Después, cuando se espira, sale aire “sucio” y los pulmones se quedan limpios. Les diremos que tomen aire (inspiren) por la nariz y que lo pongan en su tripa, como si fueran uno de estos globos. Estando tumbados pueden ponerse un saquito de poco peso en el vientre, para que vean cómo sube y baja con la respiración. Se practicará la respiración estando los niños tumbados, cada uno en su colchoneta, inspirando aire y espirando. Hay que tener en cuenta que esta actividad debe hacerse de forma relajada, sin prisas, y controlando que los niños no respiren demasiado deprisa para no hiperventilar. Puede acompañarse de música relajante, por ejemplo, Canon en D mayor de Pachelbel, música con sonidos de la naturaleza, Concierto para piano y orquesta nº 21 de Mozart, etc.

2. Aprendo a relajarme (relajación de Jacobson)
Esta técnica consiste en realizar ejercicios de tensión-relajación con cada una de las partes del cuerpo. Hay que ponerse en una postura cómoda y en un ambiente relajado, sin distracciones ni prisas. Es mejor utilizar ropa cómoda y no tener cosas que aprieten: reloj, objetos en los bolsillos, etc. No conviene hacer la relajación después de las comidas. Cada ejercicio se debe realizar 2-3 veces seguidas, alternando 10 segundos de tensión con periodos de relajación de 30 segundos.
Es importante notar la diferencia entre el malestar de tener un músculo contraído y el bienestar que se produce cuando lo relajamos. La relajación se consigue de forma gradual, practicándola progresivamente, mejorando paso a paso. No se consigue todo en un día, lo mejor es ensayar cada técnica varias veces para que noten su eficacia. Se intentará respirar de forma reposada y acompasada a los ejercicios que se propongan. Es fundamental salir despacio de la relajación, después de realizar el último ejercicio hay que inspirar profundamente, mover las manos y abrir despacio los ojos, sin incorporarse de golpe. El recorrido completo comprende las siguientes cinco zonas corporales:


2.1. Ejercicios de los brazos: primero se realizan todos los ejercicios con un brazo y luego con el otro.
- Apretar fuertemente el puño, como si apretásemos muy fuerte una esponja... abrir la mano
- Doblar la mano por la muñeca hacia arriba y hacia abajo, muy fuerte... volver a la posición inicial
- Doblar la palma de la mano hacia abajo, como un pingüino... volver a la posición inicial
- Tensar el antebrazo, ¡qué fuertes estamos!... aflojar el antebrazo
- Doblar el brazo por el codo tensando los músculos del bíceps... aflojar el brazo que vuelve a descansar en la posición inicial
- Doblado el brazo por el codo tratar de hacer fuerza, como para bajar el brazo,... aflojar el brazo para que vuelva a la posición de reposo.
- Estirar hacia delante y hacia arriba el brazo extendido a fin de tensar el hombro... aflojar el brazo para relajarlo

2.2. Ejercicios para relajar la cara:
- Tensar la frente levantando las cejas, como si estuviésemos asustados... dejar caer las cejas
- Tensar la frente frunciendo el entrecejo, tratando de aproximar las cejas, como si estuviésemos enfadados ... dejar caer las cejas
- Cerrar muy fuerte los ojos... relajarlos
- Tensar las mejillas estirando hacia atrás y hacia arriba las comisuras de los labios, como una sonrisa muy grande... dejar que los labios vuelvan a su posición de reposo
- Juntar los labios y, apretados fuertemente, dirigirlos hacia fuera de la boca, como si diésemos un beso muy fuerte... dejar que los labios vuelvan a su posición de reposo
- Juntar los labios y, apretados fuertemente, dirigirlos hacia adentro de la boca, como si nos comiésemos nuestros labios... dejar que los labios vuelvan a su posición de reposo
- Presionar con la lengua el paladar superior, como si tuviésemos una patata pegada... dejar que la lengua descanse
- Apretar fuertemente las mandíbulas, como si mordiésemos algo muy fuerte... dejar que la mandíbula descanse permitiendo que los labios queden separados.

2.3. Ejercicios del cuello: (para facilitarlo se puede hacer referencia a un objeto que se sitúe en el lado al que tienen que mirar)
- Inclinar la cabeza hacia la izquierda
- Inclinar la cabeza hacia la derecha
- Inclinar la cabeza hacia atrás
- Inclinar la cabeza hacia delante

2.4. Ejercicios del tronco:
- Levantar los hombros (como si tocásemos con los hombros el techo)... volver a la posición inicial
- Tirar de los hombros hacia delante encogiendo el pecho (como si tuviésemos mucho frío)... descansar
- Coger muy fuerte los brazos por detrás de la espalda... soltar
- Sacar el estómago hacia fuera (como si fuésemos muy gordos)... relajar
- Meter el estómago hacia dentro (como si fuésemos muy delgados)... volver a una posición inicial
- Tensar la parte inferior de la espalda, arqueándola (como cuando nos estiramos muy fuerte al levantarnos)... descansar

2.5. Ejercicios de las piernas:
- Ejercer presión sobre el glúteo (ponernos de cuclillas)... soltar
- Contraer los músculos de la parte anterior del muslo (levantando la pierna hacia delante)... relajar
- Tensar los músculos de la parte posterior del muslo apretando con los talones hacia abajo (hacer que pisamos muy fuerte el suelo)... soltar
- Tensar la parte anterior de la pantorrilla tirando fuertemente del pie hacia la rodilla (tumbados, llevar la punta del pie hacia el techo)... parar
- Tensar los gemelos estirando la punta del pie (tumbados, llevar la punta del pie hacia la pared)... reposar
- Tensar los pies doblando los dedos hacia delante (como si fuésemos un pájaro)... dejar de ejercer tensión

3. Aprendo a relajarme (relajación dinámica)
Se les pondrá a los niños música que invite al movimiento. Se les puede proponer que corran al ritmo de la música, unas veces muy deprisa y otras más lento. Los niños notarán cómo, después de haber forzado a trabajar a los músculos de su cuerpo, se sienten más relajados.Otra forma consistirá en enseñarles un globo inflado y animarles a que no toque nunca el suelo, los niños correrán tras él, intentando alcanzarlo. Se les puede proponer que bailen con la música pero que, cuando deje de sonar, se tienen que parar y estar muy quietos hasta que vuelva a escucharse la melodía.
Otros ejercicios de relajación dinámica consisten en imitar animales moviendo todas las partes del cuerpo, bailar de forma individual o en corro, hacer un tren, etc. En cada uno de ellos se utilizará una música que contenga distintos ritmos para que los niños se muevan de acuerdo al sonido que escuchan, parando y volviendo a realizar ejercicios.
Conviene fomentar la participación de todos los niños y proponer cada ejercicio a modo de juego, que lo perciban como algo agradable que les anima a estar contentos y relajados

4. Vamos a imaginar…
Hacer como si fuéramos un coche, un pájaro, una pelota, como si nos vistiésemos, como si apretásemos muy fuerte un caramelo en la mano, como si fuésemos un gato que se estira mucho, una tortuga que se mete en su caparazón, masticamos un chicle, como si pasara un oso muy grande por nuestra tripa, como si hiciéramos agujeros en el suelo con los pies, etc.
Esta actividad puede aprovecharse para diferenciar conceptos opuestos: duro-blando, tenso-relajado, estirar-apretar, frío-caliente.

5. Me voy a la playa. Relajación autógena
Se les describirá situaciones en las que sepamos que han disfrutado, por ejemplo, una playa, la excursión con los compañeros a la sierra, un día en la piscina,... Se irá describiendo con detalle lo que está sucediendo, haciendo alusión a la relajación que siente el niño, el calor que nota por el sol, lo contento que está, etc... Los niños estarán tumbados y se les pedirá que imaginen esa situación. Conviene utilizar un tono de voz suave e ir describiendo la escena con todo detalle, intentando provocar en los niños lo que sentirían en esa situación.
Cuanto más entrenen en esta capacidad de imaginar para sentirse bien, mejor lograrán el objetivo de relajarse.


6. Relajación en el agua
Incluso un día de piscina puede convertirse en un momento que invite a los niños a relajarse y controlar su estado emocional.
Se puede contar con recursos materiales como: una piscina de poca profundidad (la temperatura en invierno será de 35 a 37 grados y en verano de 26 a 30), música clásica o moderna (preferiblemente una que los niños ya hayan escuchado), balones grandes, tablas, etc.
En el agua pueden realizarse ejercicios de relajación profunda o dinámica. Nos situaremos en una zona de la piscina en la que todos los niños puedan pisar el fondo. Para la relajación dinámica se ensayarán ejercicios en el agua recorriendo los distintos grupos musculares:
- Brazos: levantarlos hacia delante, encima de la cabeza y a los lados. Apretar fuertemente los puños. Hacer que tocamos un piano.
- Piernas: los niños se cogerán del bordillo boca abajo y moverán alternativamente las piernas, como para hacer mucha espuma en el agua. Se repetirá el mismo ejercicio boca arriba.
- Pies: boca arriba y apoyados en el bordillo mover las puntas de los pies hacia arriba y abajo.
- Abdomen: agacharse y subir, hacer que somos un molino desplazando los brazos muy de prisa a los lados del cuerpo como si fueran las aspas
- General: sentir el peso del agua, andar y bailar en la piscina notando la presión que ejerce el agua en el cuerpo. Hacer un corro entre todos.
Lo beneficioso sería poder practicarlo durante varios días. Se les pondrá música moderna y, entre una y otra canción, se practicarán ejercicios de respiración. La última canción debe ser lenta, para practicar ejercicios de relajación profunda. Pueden proponerse ejercicios en grupo usando los balones, las tablas, etc.
Conviene fomentar la interiorización del esquema corporal, que aprendan a mover sólo la parte del cuerpo que les pedimos.

Tengo autoestima
 A lo largo de este programa sobre la educación de las emociones se ha podido comprobar cómo las emociones son consustanciales a la vida de las personas. Mejorar en esta área significa sentirse bien con uno mismo y afrontar situaciones difíciles, siendo conscientes de las propias capacidades y limitaciones. La inteligencia emocional supone, por lo tanto, un aliado imprescindible para aprender a desenvolverse de forma autónoma, permitiendo generar emociones positivas y propiciando la valoración de uno mismo.

Muchos niños con síndrome de Down tienen, debido a su historia personal, muy bajas expectativas a la hora de superar con éxito los retos que se les puedan plantear. En este punto se debe incidir en los programas de inteligencia emocional para actuar sobre estas creencias y que logren progresivamente quererse a sí mismos, motivarse para superar dificultades y valorar aquello en lo que más destacan.

¿Qué es la autoestima?
La autoestima es, en líneas generales, la valoración que hacemos de nosotros mismos. No significa lo que uno es, sino lo que uno cree que es. La autoestima se corresponde con distintas facetas, todas ellas relacionadas:
» Las relaciones sociales: ¿Cómo nos ven los demás?
» El aprendizaje y destrezas: ¿Cómo valoramos lo que hacemos, el esfuerzo y su resultado?
» La familia y el entorno: ¿Cómo nos ven padres, hermanos, profesores, compañeros...?
» Y con la imagen corporal que cada persona tiene interiorizada: si físicamente nos sentimos aceptados.

Una persona con una alta autoestima es capaz de quererse y aceptarse, con todas sus capacidades y limitaciones, y estará, por lo tanto, predispuesta a mejorar y perseverar para superar retos a lo largo de la vida.
Es en la niñez cuando se va desarrollando el concepto que uno tiene sobre sí mismo, a través de las diversas experiencias vividas, lo que ven y oyen en su entorno y las oportunidades que reciben. Sin embargo, hay que decir que la autoestima no es estática, se va forjando en la infancia, pero es susceptible de mejorar para posibilitar una mayor confianza en uno mismo.

¿Por qué es importante la autoestima?


De acuerdo con Díaz-Aguado (1995), el optimismo o, lo que es lo mismo, la atención selectiva hacia los aspectos positivos de la realidad, tiene una gran importancia desde una edad temprana. Está estrechamente relacionado con el bienestar y la autoestima. Hay que decir que, en general, los niños con discapacidades suelen tener más problemas para construir un autoconcepto adecuado. El niño con necesidades educativas especiales puede infravalorarse al enfrentarse diariamente con algunas dificultades. Este riesgo aumenta si las personas más significativas para el niño como los padres, profesores o compañeros niegan la existencia de la necesidad especial y le exigen igual que si no la tuviera. Su autoestima mejorará cuando se le ayude a aceptar su discapacidad y a realizar los esfuerzos necesarios para compensar aquello que más le cuesta.
La baja autoestima que se aprecia en muchos de estos niños no tiene por qué estar causada por su discapacidad, sino por las tareas que se le piden al niño. Si le pedimos que haga cosas demasiado difíciles o simplemente hacemos siempre las cosas por él, estaremos produciendo un déficit en su motivación. Es lo que se conoce comoindefensión aprendida, y se puede apreciar en aquellos niños que anticipan el fracaso y hace que cada vez inicien menos intentos para dominar situaciones difíciles. No está relacionado con su discapacidad, sino con su ambiente de estimulación y aprendizaje. Todo ello hace que el individuo sea inseguro y dependiente de la aprobación de los demás. En el ámbito de los niños con síndrome de Down es fundamental proporcionarles experiencias de dominio y reconocimiento en los ámbitos que más dificultad les suponen. Es importante evaluar la capacidad de afrontamiento de cada niño y ayudarle a plantear metas realistas que pueda conseguir de forma independiente.

¿Qué señales hacen sospechar que un niño tenga una baja autoestima?
Muestra una falta de interés hacia lo que le es difícil Tolera mal cuando algo no le sale como él quiere
Indecisión, necesita siempre la dirección del adulto para hacer las tareas
Desánimo, no confía en sus propias capacidades
Temores ante situaciones nuevas
Timidez, retraimiento
Grandes cambios en su estado emocional
Necesita constantemente que otros le digan si lo ha hecho bien
Se dice frases que anticipan que no podrá conseguirlo como: “No puedo”, “Lo voy a hacer mal”, “No se hacerlo”, “No valgo para nada”...
No persevera ante las dificultades Se compara frecuentemente con los demás y no elogia el esfuerzo de otros
  
¿Cómo se puede desarrollar su autoestima?
  
• Desde que el niño nace, el hecho de sonreírle, acariciarle, responder a sus intentos de comunicación son los primeros signos que generan autovalía.

• Para que el niño tenga un buen concepto de sí mismo debe conocerse. Hay que favorecer que conozca tanto su cuerpo, como su forma de expresar lo que quiere, aquello que le cuesta y en lo que sobresale. Es fundamental ayudarle para que se sea especial en algo, por ejemplo, en su colaboración, aspecto físico, deporte, pintura, etc. haciendo que se dé cuenta de sus logros y lo vea como algo importante.

• Siempre es mejor reconocer el esfuerzo, interés y atención que han puesto los niños, antes que sus resultados. Esto puede concretarse en cualquier ámbito. Por ejemplo, ante una tarea que le cueste conviene elogiar cualquier avance, por mínimo que sea, y hacerle ver la importancia de su esfuerzo. La persona con síndrome de Down tiene que ser consciente de lo que más le cuesta, para que pueda esforzarse y compensarlo, siendo capaz de pedir la ayuda que necesite.

• Desde que el niño es pequeño conviene enseñarle hábitos básicos de higiene, sueño o alimentación e ir disminuyendo nuestra ayuda en actividades diarias que ya puede hacer solo. No conviene hacer las cosas por él. Desde edades tempranas es importante fomentar que el niño tenga pequeñas responsabilidades en casa. Dependiendo de la edad que tenga podrán ser recoger: sus juguetes, ayudar a poner la mesa, responsabilizarse de tareas cotidianas, etc. El hecho de ir progresivamente incrementando sus responsabilidades le proporcionará una mayor seguridad, sabrá que otros le consideran capaz de resolver tareas y le permitirá tener una mayor sensación de valía.

• Es fundamental demostrarle nuestro cariño y aprecio, alabar y elogiar siempre cualquier progreso para que adquiera seguridad en sí mismo. La autoestima es la interiorización que los demás tienen de él y la confianza que en él depositan. Al decirle lo que hace bien le estaremos permitiendo discriminar lo que ha sido fruto de su esfuerzo para que tienda a repetirlo. Estas experiencias le proporcionarán una sensación de control y confianza en sus capacidades. Si, por el contrario, siempre se le dice lo que hace mal, estaremos desarrollando un sentimiento de fracaso. Hay que ayudar al niño a comprender las consecuencias de su comportamiento, a que vea el efecto de sus actuaciones sobre sí mismo y sobre los demás. Le servirá para valorar su propia actuación.

• Se pueden organizar tareas y actividades en las que tenga oportunidad de salir con éxito. No hay que exigirle ni más ni menos de lo que es capaz de hacer y conviene ayudar al niño a establecer objetivos razonables y alcanzables.

• Hay que enseñarle a que no siempre han de prevalecer sus deseos y opiniones. También ha de escuchar el punto de vista y aportaciones de los demás. La “empatía” o capacidad de ponerse en la piel del otro es fundamental. No se debe aprobar todo lo que haga, porque los límites o normas de convivencia son necesarios para garantizar que comprendan qué es lo que se les pide en cada momento. Conviene alabar cualquier comportamiento del niño que implique ayuda y colaboración, no alabar todo, ya que los falsos halagos no les benefician en el fortalecimiento de su autoestima.

• Es importante alabar su opinión e iniciativa en diálogos y el interés por comunicarse con los demás. Animadle a expresar ideas y permitid que haga las cosas a su manera dentro de los límites que se le permiten.

• Fomentad que vuestro hijo exprese verbalmente sus afectos y sentimientos (cuando llore, esté contento, esté enfadado...). Saber identificar una emoción ayuda a controlarla y solucionar sus orígenes cuando son negativas.
• El modelo de los padres y adultos supone un referente fundamental para la formación de la propia autoestima en el niño. Conviene intentar ser un buen modelo de importancia y valía, hablar de nuestros éxitos y virtudes para que ellos también lo hagan.

• No conviene hacer comparaciones con otros niños o hermanos. Siempre es mejor compararle consigo mismo, para que vea cómo cada vez le salen mejor las cosas. El éxito consiste en darles oportunidades para que muestren sus capacidades, la práctica les hará más competentes.

• Por otro lado, hay que cuidar la manera en la que se le dicen las cosas. Expresar primero lo que nos gusta de él y luego lo que nos desagrada refiriéndonos a hechos concretos y no a etiquetas. A la vez, siempre es mejor escuchar a los niños hasta el final cuando hablan sobre sus actividades, amigos, emociones..., sin interrumpir; esto le hará sentir que lo que comunica es también importante para el adulto que está con él.

• En el aula hay que tener en cuenta el efecto de las expectativas, llamado efecto Pigmalión. La opinión preconcebida que el profesor pueda tener del alumno condiciona la forma de interactuar con él y afecta, en consecuencia, a la conducta del niño. Si el profesor piensa que, debido a su discapacidad, el niño no va a ser capaz de hacer algo se lo transmitirá al él de forma directa o indirecta. Con esta forma de actuar el niño irá interiorizando lo que se espera de él y repercutirá en su autoestima.

• Conviene sumergirnos en “su mundo de niño”, implicándonos en juegos infantiles (de movimiento, de comunicación y conocimiento de los objetos, juegos imaginativos, disfraces, construcciones con piezas...) e implicarle en actividades de los adultos (ir a la compra, hacer galletas, poner la mesa...). Debemos amoldarnos a los juegos de cada edad, proponiendo y participando en ellos. Lo más importante, en el terreno que nos ocupa, serán los juegos de relación y expresión emocional. Todos los juegos podemos realizarlos de forma que favorezcan una adecuada relación con la familia y amigos y permitan al niño expresar preocupaciones, miedos, sentimientos, etc.

• En relación a la escuela es fundamental que exista una adecuada comunicación con la familia. Los padres, en relación al niño, deben preguntarle por lo que hace, lo que más le gusta, sus compañeros, etc. Pueden realizarse en casa actividades paralelas sobre los contenidos que se trabajan en el aula, le servirán para reforzarlos y contribuirá a una mayor motivación por el aprendizaje. Conviene premiar su esfuerzo y constancia, aunque los resultados no alcancen lo previsto.

¿Qué actividades concretas les podemos plantear a los niños para favorecer su autoestima?


Desarrollar la habilidad para generar emociones positivas
• Facilitar una mejor autoconciencia de necesidades, habilidades, capacidades y limitaciones en el niño
• Motivarse a sí mismos evitando anticipar fracasos
• Valorarse a sí mismos, sintiéndose importantes
• Incrementar su autoestima y desarrollar sentimientos de seguridad
• Desarrollar su motivación hacia el aprendizaje
• Fomentar la asunción de responsabilidades
• Saber perseverar ante las dificultades
• Vencer temores e inhibiciones
• Fomentar un equilibrio emocional que contribuya a proteger la salud y bienestar del niño, expresar sus necesidades y pedir ayuda.

Actividad 1: Yo soy...
Se pueden utilizar una cámara de fotos y cartulinas grandes. Se hará una foto a cada niño y se pegará en el centro de una cartulina. Sentados en círculo se irán comentando las características de cada uno, con la cartulina en el medio para que todos la vean. Se describirá el color de pelo, ojos, si es niño o niña, su simpatía, cualidades, etc. Las cartulinas se colocarán en una pared de la clase para que todos puedan mirarlas y observar lo positivo que tienen. El objetivo de esta actividad es tratar de que los niños vean que no existe otra persona igual que ellos, son únicos y sus compañeros y las personas que les quieren les aceptan tal y como son.


Actividad 2: Los que me quieren
Cada niño traerá fotos de su familia y amigos. Cogerán la cartulina de la actividad 1 y pegarán estas fotos alrededor. En círculo, cada niño irá saliendo al centro y enseñará a los demás quienes son todas esas personas que les quieren, dirá qué actividades realizan juntos, por qué se lo pasa muy bien con esa persona, etc. Al finalizar la actividad los niños colgarán en un lugar visible el póster que han realizado. Cuando un niño sienta alguna emoción negativa a lo largo del curso podemos enseñarle su propio póster para que vea cuántas personas le quieren tal y como es, aunque no le salga todo a la primera.
Actividad 3: ¡Qué bien haces...!
Los niños se sentarán en círculo. El adulto se sentará con ellos y les presentará a “Pepe”, su marioneta. Los niños le saludarán y “Pepe” les dirá que sabe hacer muchas cosas bien: saltará, dará una voltereta, pintará un dibujo, dará besos a los niños, etc... Cada vez que “Pepe” haga algo bien hecho le aplaudirán y le dirán “¡Qué bien haces......!”. A continuación se invitará a cada niño a expresar lo bien que realiza alguna actividad concreta, intentando pedir a cada uno de ellos alguna conducta que le salga muy bien y de la que pueda salir airoso. Conviene animar al grupo para que refuerce a cada niño esa habilidad especial, para que vea su reconocimiento en los demás. Para la realización de esta actividad se deben tener en cuenta las características de cada niño en particular. Previamente a la realización de esta actividad conviene conocer bien a los niños y haber observado, junto a la familia, los puntos fuertes de cada uno para proporcionarle durante la dinámica una situación que le garantice un éxito ante los demás.


Actividad 4: El espejito mágico
  
El grupo estará en círculo y se irá pasando el espejo de un niño a otro. Cada niño dirá qué es lo que más le gusta de sí mismo y le pasará el espejo a su compañero para que diga otra cualidad. Si a un niño no se le ocurre nada se le animará diciendo que se mire en el espejo y que vea algo que tiene muy bonito, puede ser necesario irle dirigiendo por las distintas partes de su cuerpo para que se fije en cada una de ellas.

Actividad 5: Te voy a decir...
  
Estando los niños en círculo, uno de ellos sale al centro, los demás le dirán cosas agradables sobre cualidades físicas (pelo, ojos, adornos, ropa,...) o acerca de las competencias personales (simpatía, cooperación, habilidades para ayudar, habilidades para hacer los trabajos del cole...). Cuando todos le hayan dicho algo positivo pasa el siguiente niño al centro del círculo. Cuando un niño no sepa qué elogio puede decir a un compañero, se le puede ayudar diciendo que se fije en sus ojos, pelo, si juega mucho con él, si está contento, etc. Es recomendable que esta actividad se generalice y se haga de forma habitual en el aula. Pueden reunirse todos los niños al terminar la clase, con ayuda del profesor, para hablar sobre cómo se han sentido y, a la vez, darse cuenta de cómo han hecho sentirse a los demás.

Puedo tomar decisiones

En este apartado analizaremos el desarrollo de la autonomía y la responsabilidad personal en los niños, ya que el hecho de que consigan tomar decisiones autónomas y positivas a lo largo de su vida es una meta indiscutible para todas las personas con síndrome de Down. Es indudable la importancia de considerar las propias decisiones como una oportunidad para el aprendizaje emocional. No sólo lo es desde la perspectiva de los propios niños, sino, lo que es más difícil, también es fundamental que lo interioricemos nosotros mismos echando por tierra algunas creencias que se reflejan a través de nuestra propia actuación en el día a día.

Se pretende que los niños lleguen a integrar lo que han aprendido de sus propias emociones en un proyecto de vida, que les sirva de manera práctica y funcional en muy variadas situaciones, en las que tengan que decidir qué hacer o cómo actuar, potenciando la reflexión sobre uno mismo antes de tomar decisiones.

¿Influyen las emociones a la hora de tomar una decisión?

Las emociones son importantes en el momento de tomar decisiones. Aquellas consideradas “negativas” como la ira, el miedo o la tristeza se generan al valorar una dificultad para lograr los propios objetivos. Sin embargo, cuando se percibe el logro se experimentan emociones positivas tales como la alegría, el humor o la propia felicidad. Son precisamente estas emociones las que predisponen a afrontar una tarea, aportando entusiasmo y una disposición a la acción. Conviene, por lo tanto, educar a los niños desde el principio para que valoren su estado emocional cuando tienen que decidir qué hacer y para que vean cómo influye en sus decisiones, cambiándolas por otras que les permitan mejorar emocionalmente.
Una idea muy difundida es considerar los conflictos como algo negativo. Sin embargo, podemos contemplarlos desde otra perspectiva muy distinta. Es mejor aprovecharlos para aportar nuevas ideas y soluciones, a la vez que ejercitamos habilidades de comprensión emocional, empatía... Son, por lo tanto, una oportunidad para aprender de ellos y potenciar la inteligencia emocional.
No conviene olvidar que para que un niño con síndrome de Down aprenda a tomar decisiones ha de constituirse un proceso continuo, de constante práctica y revisión en función de sus experiencias. Dejémosle actuar y poner en práctica lo que aprende cada día.
¿Cómo fomentar que nuestros niños se hagan cada vez más autónomos?
A medida que crecen les gusta colaborar más en las tareas que les proponen los adultos y disfrutan realizando actividades por sí mismos. Los padres pueden potenciar todas estas capacidades y deben tenerlo en cuenta como algo importante en el legado que le proporcionan a su hijo. Cuando se hacen mayores no podemos exigirles de repente que sepan desenvolverse en las situaciones cotidianas si, desde que son pequeños, no les hemos dado esta oportunidad para ir progresando cada día.

Los niños pueden y deben tener multitud de oportunidades para potenciar su autonomía y contemplar todo aquello que saben hacer por sí mismos, aunque de vez en cuando requieran la ayuda de otros. Si les protegemos en exceso no aprenderán a protegerse ni conocerán el sentido del peligro. Hemos de darles pronto pequeñas responsabilidades como el cuidado y orden de sus juguetes, regar alguna planta, cuidar de alguna mascota... Cuando es pequeño conviene que verbalice sus responsabilidades en el hogar y en casa para que sepa bien lo que se le pide.

Una persona con síndrome de Down tiene siempre un gran potencial para desarrollar su autonomía. Pero cuanto antes empecemos desde la familia y la escuela más posibilidades existirán de ir ganando en independencia y seguridad. Existe una clara línea divisoria entre el cariño que un niño puede y debe recibir de sus padres y la sobreprotección y atenciones excesivas. Aunque sea con el mejor propósito, estas actitudes convienen ser revisadas y cambiadas por otras que le beneficien más. Esto se consigue día a día, por ejemplo, dejándole comer solo, permitiendo que realice actividades que ya domina, dejando que busque formas para divertirse, admitiendo que elija algunas prendas para vestir o el postre, después de haber comido bien. Así le daremos la posibilidad de desarrollar su iniciativa.

 La libertad de oportunidad hace que un niño sienta que puede, que es capaz de controlar por sí mismo la situación.

Hay que ser capaz de no adelantarse ni responder total o inmediatamente a los deseos del niño. Así, debe ver que lo que se quiere demanda un esfuerzo y no siempre se consigue. A medida que vaya haciéndose mayor se deberán tener en cuenta sus opiniones y deseos, para que le dé un valor a lo que desea o piensa.

Es importante dejarle la posibilidad de equivocarse, de ser independiente. No se deben resolver sus conflictos con otros niños o cada dificultad en alguna tarea, ya que se corre el riesgo de incapacitarle para enfrentarse a la vida por miedo a fracasar ante cualquier obstáculo. Dejemos que ensaye con cierta libertad y enseñémosle a aceptar la responsabilidad de los resultados. Al principio se le puede motivar alabando su esfuerzo y proporcionándole alternativas de solución, sin embargo ha de ser él quien decida cuál de ellas tendrá la mejor consecuencia.

Dentro del aula pueden proponerse actividades para trabajar este objetivo en diferentes áreas. Por ejemplo, en el orden de los juguetes o en el cuidado de las plantas y animales puede nombrarse cada día un niño para que sea el responsable. Se colgará en la pared una fotografía suya junto a un dibujo de la tarea a desempeñar. Al finalizar el día se le dará información acerca de cómo lo ha hecho: aspectos que ha trabajado bien y otros en los que puede mejorar. A la vez que se trabaja la responsabilidad pueden fomentarse otros temas transversales del currículo de Educación Infantil tales como la educación para la salud (en lo relativo a la limpieza...), educación para el consumo (en el cuidado del material...), educación ambiental, etc...

¿Qué estilos educativos se utilizan en la familia? ¿Cuál les hará más autónomos para decidir?

Autoritario: es aquel que utiliza un estilo dominante, marcado por el control y el orden. Exige al hijo que las cosas se hagan de una manera fija y marcada, no se admiten alternativas. No dialoga ni explica las normas estrictas, sólo las exige cueste lo que cueste. Genera mucha ansiedad ante el fracaso y no permite adaptarse a lo que el niño demanda según su momento evolutivo.

- Permisivo: muestra una actitud insegura, pasiva, buscando siempre la aceptación del niño, que no se disguste. Deja hacer al hijo lo que éste quiera. No hay normas ni control, todo está bien. Algunas veces son los hijos quienes imponen las normas en base a hechos que se han repetido en el tiempo. Genera inseguridad a los niños, no saben qué es lo que tienen que hacer, hay una ausencia total de límites.

Democrático: basado en la evaluación positiva y el apoyo emocional. Intenta que los niños participen en la toma de decisiones, les da la oportunidad de elegir y practicar. A la vez establecen normas y límites que guíen el comportamiento del niño y son coherentes en su aplicación. Son padres que se ponen en el lugar del hijo, en sus necesidades concretas, se dialoga, se explica concienzudamente y con ejemplos concretos lo que se le pide y cada vez se le da más libertad en lo que éste puede realizar sin ayuda.


¿De qué manera se toma una decisión? Modelo paso a paso para decidir responsablemente

Para niños mayores, que ya hayan trabajado los anteriores pasos en la Inteligencia Emocional, se les puede enseñar el siguiente esquema:

• ¿Qué problema tengo? Consiste en especificar el problema, que describa la situación que le aflige y el resultado que espera alcanzar. Muchas veces los niños no saben expresar exactamente sus deseos y necesidades. Los adultos podemos dinamizar este proceso haciéndoles preguntas para que vayan haciendo concreto lo que les preocupa y para que tengan una idea más clara de lo que les ocurre. Es importante que los niños se diferencien del problema y lo vean desde fuera, como algo externo que pueden dominar.

• ¿Quién está presente? ¿Cuándo? ¿Cómo? En este paso se desmenuza el problema para pensar de forma reflexiva en lo que sucede. Un recurso será hacerles que se imaginen mentalmente la situación y que la vayan describiendo: qué amigos estaban, si era la hora de la comida, qué había ocurrido antes...

• ¿Qué siento yo? ¿Qué siente el otro? Este paso es importante ya que en él se presta atención tanto a las propias emociones como a las de los demás, haciéndonos conscientes de cómo estos estados afectan a las decisiones que se toman. Si las emociones son negativas será mejor esperar a cambiarlas para no optar por una decisión equivocada.

• ¿Cómo lo resuelvo? Voy a buscar alternativas. Consiste en pensar distintas vías de solución y analizar las consecuencias de cada una de ellas antes de tomar una decisión precipitada. Los adultos podemos invitarles a pensar las posibilidades reales de cada decisión, que vean sus puntos fuertes y débiles, hacer que se sientan implicados y se responsabilicen de sus decisiones.

• ¿Qué alternativa elijo? Se valoran las consecuencias positivas y negativas de las distintas alternativas. A continuación se elige aquella que seguramente sea la mejor en sus resultados. Este proceso se les puede facilitar promoviendo que representen mentalmente lo que ocurrirá o a través de dibujos, imágenes o secuencias de la decisión que hayan tomado, viendo si anteriormente les ha funcionado o fijándose en las garantías de éxito.

• ¿Cómo lo hago? ¿Estoy listo para hacerlo? En este paso deben diseñar un plan para realizarlo y ver, además, si sus emociones están influyendo positivamente en la elección o si sería mejor esperar a otro momento. Es muy positivo que puedan automotivarse, decirse a sí mismos que lo van a intentar.

• ¿Ha funcionado? Revisar si la decisión ha tenido éxito y reafirmarla o, si por el contrario, debe poner en marcha otra alternativa mejor. Consiste en una autocrítica constructiva para mejorar.
l" style="margin-bottom: 13pt; line-height: normal; ">Es fundamental tener en cuenta que se puede mediar en los conflictos, lo que no significa resolver. Es mejor centrarse en realizar preguntas para dinamizar el pensamiento reflexivo y la elección de alternativas, antes que decirles automáticamente lo que deben hacer. Si el niño tiene una idea cada vez más clara de la situación y poco a poco se conoce a sí mismo tendrá mucho ganado. Hay que reforzar su esfuerzo por mejorar y hacerle saber las actuaciones concretas que ha hecho bien para darle seguridad en lo que hace, así cada vez tomará decisiones más adecuadas.
A primera vista este proceso puede parecer algo mecánico y difícil de enseñar. Sin embargo, si los niños aprenden a utilizarlo en el día a día ante problemas sencillos, llegarán a interiorizarlo y les servirá para tomar todo tipo de decisiones importantes.
Este proceso, por lo tanto, permite poner en juego estrategias para adaptarse cada vez mejor a los cambios y solventar situaciones difíciles. Acentúa que no existe una única manera de hacer las cosas y, si una no funciona, se puede volver a intentar de otra forma diferente. Este proceso para tomar decisiones exige tiempo de práctica, a la vez que una gran comunicación con los niños, para compartir con ellos aquello que más les preocupa.
¿Cómo promover que el niño tome decisiones?
Conviene hablar frecuentemente con los niños acerca de lo que les preocupa. Escucharles y hacerles saber que les estamos prestando atención y que lo que cuentan nos parece también importante: asintiendo, mirándoles, expresándoles nuestro apoyo. Crear un clima emocional seguro permitirá a los niños reconocer sus sentimientos. Es fundamental establecer límites claros, que fomenten la seguridad en el niño, así sabrá cómo tiene que actuar. En la medida en que fomentemos seguridad e independencia el niño incorporará los límites de una manera positiva, ganando en su propia estima y confianza y se sentirá orgulloso de todo lo que ha conseguido.

Ayudarles a percibir la transición de un estado emocional a otro y las diferentes consecuencias que tiene en sí mismo y en los demás. Por ejemplo, “Si Nieves se enfada los demás no querrán jugar, es mejor que se ponga contenta y así todos estarán como ella”.

• Motivarles a actuar, desarrollar su iniciativa sin miedo a equivocarse. Se consigue fomentando un clima positivo, de aceptación, en el que se premie el esfuerzo en lugar del resultado. Conviene siempre favorecer que se sientan bien después de haber intentado hacer algo que les cuesta, aunque no hayan conseguido hacerlo perfecto. Las cosas se aprenden con la práctica. “¡Estoy contentísimo por haberlo intentado! ¡Seguro que otra vez me saldrá!”.

• Dejad que participe en el establecimiento de normas de convivencia en casa. De esta manera asumirá mejor las consecuencias de su incumplimiento. Podéis serviros de dibujos que recuerden al niño los comportamientos que vosotros esperáis de él, por ejemplo, ordenar sus juguetes, ayudar a poner la mesa, compartir algunos juguetes con sus hermanos, etc.

• Demostrar con nuestro ejemplo que también nosotros tenemos en cuenta las emociones para tomar decisiones acertadas. ¡Aunque sea verdaderamente difícil! Lo que sí es cierto es que “siempre saldrá mejor con una actitud positiva”. Podemos contarles situaciones cotidianas que nos hayan surgido, por ejemplo, a la hora de elegir algo, de pedir un favor, de decidir qué hacer, e intercambiar alternativas con el niño para tomar la decisión mejor. Conviene poner muchos ejemplos para que lo tenga claro, podemos incluso representarlo o dibujar escenas con las alternativas.

• Las películas suponen un buen momento para analizar los procesos de toma de decisiones. Por ejemplo, al ver “El Patito Feo”, se puede hablar con el niño sobre las emociones que tiene el protagonista en el inicio, lo mal que se siente y las alternativas que tiene para cambiarlo, después su alegría le lleva a estar a gusto y decide irse con otros cisnes acabando felizmente la historia.

• Por otro lado, el juego del niño contribuye a que desarrolle su conocimiento del entorno, permitiéndole actuar con sentimientos como la frustración, la agresividad, la tensión, etc... El juego permite al niño ir simbolizando sus propias emociones e ir elaborando estrategias para solucionar conflictos.

• También en los cuentos, sobre todo los tradicionales, se evidencia el valor de las emociones y su puesta en juego a la hora de tomar decisiones. Los cuentos les ofrecen información que luego podrán utilizar en su propia comprensión y expresión emocional. Por ejemplo, Pepito Grillo le brinda ideas sobre sus emociones y le susurra alternativas, pero es Pinocho quien responsablemente decide tomar decisiones al final de la historia.

ALGUNAS ACTIVIDADES PARA EL AULA


- El conocido Test de las golosinas:
Los niños estarán sentados. Se pondrá en el centro una bolsa de golosinas y un reloj de arena (de una duración de dos minutos aproximadamente). Se les dirá a los niños que pueden coger una ahora o, si esperan a que baje toda la arena del reloj, se les dará dos. Al finalizar el tiempo del reloj de arena se les felicitará a los niños que han esperado y se les entregará sus dos merecidas golosinas.
Conviene no regañar ni decir nada a los niños que no hayan podido esperar. Pueden realizarse ejercicios similares a lo largo del curso con otros premios (cromos, pegatinas, globos, etc.). Lo importante es que vayan aprendiendo a demorar la gratificación y que perciban las consecuencias positivas que tiene el hecho de tomar la decisión de esperar por haber valorado sus consecuencias
- ¡Vamos a buscar juntos soluciones!

Los niños se sentarán en círculo, se les planteará por medio de dibujos situaciones que puedan considerarse difíciles para ellos:
- Juan le ha quitado a Pedro, su hermano pequeño, un globo precioso que le acaban de regalar. ¿Qué puede hacer?
- Julio ha dicho a Laura que no sabe hacer nada de nada. Ella está llorando. ¿Qué puede hacer?
- Enrique se ha caído del columpio y se ha hecho daño. ¿Qué puede hacer
- A Carolina le han puesto una comida que no le gusta nada. Ella se ha enfadado. ¿Qué puede hacer?
Se les pedirá que cada uno aporte una solución a cada escena haciendo una tormenta de ideas en la que no se juzgará si la solución que proponen es correcta o no, sino que se reforzará que cada niño aporte una solución distinta. Puede dibujarse en una cartulina cada solución que proponen los niños. Posteriormente se analizarán entre todos cada una de las soluciones dibujadas en la cartulina. Se irá tachando la solución que se decida que no es correcta hasta que quede sólo la más adecuada. Se hará hincapié en ver cómo todas las emociones influyen a la hora de tomar decisiones. Es importante que todos los niños perciban la solución a cada problema como la forma más adecuada.

- El guiñol de Marisa la Risa
Se representarán distintas situaciones cotidianas para los niños como la comida, la hora de la siesta o la llegada al colegio. Una de las marionetas (Marisa la Risa, que siempre piensa en positivo ante cualquier dificultad) representará formas adecuadas de hacer las cosas y la otra representará lo que no se debe hacer en esas circunstancias, pensando que no puede y estando triste o enfadada. Se les preguntará a los niños cuál de las dos está tomando mejores decisiones y por qué la otra está eligiendo una solución incorrecta. Se aplaudirá cada vez que la marioneta Marisa realice algo de forma correcta y con un buen humor. Marisa convencerá a la segunda marioneta para que realice con éxito las actividades sin dejarse llevar por sus “malas” emociones.

Sé hacer amigos y mantenerlos


“Quien encuentra un amigo tiene un enorme tesoro”.
La característica fundamental del hombre es la de vivir en sociedad. Por esta razón, enseñar a los niños a relacionarse y disfrutar dentro del grupo ha sido siempre un objetivo fundamental. Es más, según se avanza en la integración de las personas con discapacidad intelectual, cada vez se concede una mayor importancia a las capacidades de tipo interpersonal. Aprender socialmente quiere decir, ver, jugar, compartir y valorar la amistad y supone un repertorio fundamental a desarrollar desde que el niño nace.
Entre el primer y tercer año de vida se producen una serie de cambios que conllevan una mayor madurez en estas habilidades. Los niños se van desarrollando y dan un enorme paso desde una etapa egocentrista a ser cada vez más sociables, disfrutando de los juegos colectivos y las relaciones sociales. La inteligencia emocional interpersonal, además, reúne muchas habilidades de la propia persona y de cómo se percibe a sí misma, por ejemplo, en su autoestima, en su capacidad para reconocer emociones, para solucionar problemas o para saber relajarse.
¿Por qué son importantes las habilidades de tipo social?

Cada vez se conoce mejor la importante influencia que tienen las competencias sociales aprendidas desde la infancia en el posterior funcionamiento social, escolar, laboral y psicológico.
Es fundamental en los primeros años de vida fortalecer el vínculo afectivo entre padres e hijos, es algo saludable para toda la familia; y para el pequeño será el inicio de sus posteriores habilidades de tipo social. Si un niño se siente querido y, además, se le proporciona en el propio hogar una adecuada seguridad e independencia, se sentirá más competente socialmente y podrá tener más y mejores relaciones con sus compañeros.
Las habilidades sociales son fundamentales si queremos que los niños se desenvuelvan con naturalidad y se relacionen. Sin embargo, muchas veces los niños con síndrome de Down tienden a relacionarse mejor con adultos, ya sean sus familiares o profesores, dejando de lado una parte fundamental: sus compañeros. Enseñémosles, por lo tanto, a ver las relaciones sociales como una parte importante en su vida, que aprendan conductas relacionadas con la aceptación social, para que los demás les valoren y vean sus cualidades positivas. Que sepan presentarse y despedirse, sonreír, colaborar y compartir el juego, hacer elogios, dar y solicitar ayuda, compartir el tiempo de ocio, etc.
Las habilidades sociales juegan un papel muy relevante en la vida de una persona y, lógicamente, también lo son para las personas con síndrome de Down. Estas habilidades se relacionan con su ajuste interpersonal, laboral y de vida independiente. Por esta razón es preciso favorecerlas mediante programas específicos. Lo mejor para desarrollar estas habilidades será aprovechar el propio grupo desde que son pequeños, ya sea el aula, el grupo de ocio, las actividades extraescolares... Esto se convertirá en una tarea mucho más fácil si procuramos que el entorno sea agradable para el niño, proporcionándole a menudo expresiones positivas que estimulen su interés y animándole cuando consigue un nuevo reto. En un primer momento las habilidades de tipo social se enseñan de forma muy estructurada aunque conviene que progresivamente, cuando cuentan con suficientes herramientas para relacionarse con éxito, puedan ponerlas en numerosas ocasiones en práctica y generalizarlas en otros contextos más naturales: un parque, una fiesta, el supermercado, etc. No sólo basta con que el niño se relacione en un solo contexto, hemos de procurar que las amistades que van consiguiendo puedan alargarse en el tiempo y mantenerse en la edad adulta.
En el plano educativo deben contemplarse las capacidades del niño antes que sus limitaciones, hacerle ver aquello en lo que puede salir airoso para que lo comparta con los demás.
¿Qué habilidades se ponen en práctica en la inteligencia emocional interpersonal?

• Habilidades verbales: saludar y despedirse, presentarse, solicitar favores, preguntar, pedir ayuda, formular y responder a quejas, aceptar críticas, dejar y pedir juguetes, saber hacer elogios y hablar bien de los demás, agradecer, pedir disculpas.

• Habilidades no verbales: expresar afecto y alegría, saber aproximarse al grupo, observar, imitar, establecer un adecuado contacto visual, sonreír, saber escuchar, utilizar un tono de voz adecuado.

• Habilidades de conversación: iniciar conversaciones, mantenerlas, terminarlas, unirse a la conversación de otros, saber presentarse a otra persona, conversaciones de grupo.
El objetivo fundamental consiste en crear un buen clima en la relación con los demás, propiciando la aceptación en el grupo. Esto supone aprender a ser sensibles a las señales de amistad, poniéndose en el lugar de otro y sabiendo reconocer sus emociones a la vez que expresando lo que uno quiere o necesita.
¿Cómo enseñar habilidades interpersonales a los niños?

Cuando los niños son pequeños es el momento de ir enseñándoles lo que significa la relación con los demás. Por un lado, informando al niño del comportamiento que se espera de él y las ventajas que obtendrá si lo pone en práctica: lo pasará mejor, estará contento, los demás le enseñarán cosas divertidas... La edad del niño y sus cualidades personales serán la base a la hora de establecer un programa específico.

El adulto siempre supone un modelo para el niño. Conviene por lo tanto que se esfuerce en su propia relación con los demás para que suponga un estímulo hacia el propio niño. Por otro lado, podemos invitarles a que utilicen estas habilidades a través del propio juego. Las marionetas, los cuentos grupales o los juegos cooperativos serán un medio perfecto para su ensayo.

Conviene siempre felicitar al niño cuando ha conseguido mejorar en su relación con los demás, que vea que lo valoramos. Es siempre mejor motivarles antes que obligarles por la fuerza a hacer algo que no quieren. Por ejemplo, cuando les enseñamos a saludar y despedir hay que invitarles a que lo hagan con nosotros y que vean la reacción positiva de los demás y qué es lo que se espera de él. Si no lo consigue, no hay que tirar la toalla, porque siempre irá mejorando si cuenta con apoyos y con numerosas oportunidades para ponerlo en práctica.

No hace falta premiar siempre que el niño haga algo bien con refuerzos tangibles tales como golosinas (contraindicadas en los niños con síndrome de Down, para evitar problemas de aumento de peso), cromos, muñecos o juguetes. Es incluso más efectivo el refuerzo social a través de los elogios y manifestaciones afectivas y, sobre todo, ayudará al niño a considerar la importancia de las relaciones sociales a lo largo de toda su vida. Esta es una tarea que se les ha de demostrar desde que son pequeños

Tanto padres como profesores pueden contribuir a afianzar estas habilidades. El profesor, a través de sus actuaciones para que los alumnos desarrollen competencias y habilidades sociales, es un agente de salud a nivel preventivo ya que puede evitar problemas de adaptación. En el aula conviene que preste una especial atención a los saludos y despedidas. La función que tiene este aprendizaje es habituar al niño a comenzar un contacto social con una expresión espontánea positiva, que haga más probable la continuidad de la comunicación con él.

Es fundamental fomentar la cooperación mediante juegos y actividades en los que todos ganen. El profesor debe impulsar la participación de TODOS, ofreciendo a cada uno la ayuda que necesite y facilitando su puesta en práctica. Siempre conviene reflexionar al acabar el día si todos los alumnos han participado, ver los posibles conflictos que han ocurrido a lo largo de la jornada y si se han tomado las medidas más oportunas; esta es la mejor forma para mejorar en el futuro. Todas estas cuestiones servirán al profesor para proporcionarse información sobre su propia actuación, de esta forma podrá adaptar o cambiar la metodología en caso de que los resultados no hayan sido los esperados. Conviene hacer este tipo de reflexiones frecuentemente, para no pasar por alto áreas que se dejen sin trabajar o situaciones importantes en el desarrollo socio-emocional de los niños.
ACTIVIDADES PARA IMPULSAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL INTERPERSONAL DE LOS NIÑOS:

Actividad 1: ¿Me lo cambias?

Los niños se sentarán en círculo y se repartirán distintos animales de juguete ofreciendo dos diferentes a cada uno. Primero todos los niños enseñarán sus animales a los demás, dirán su nombre, el color, el tamaño, etc. 
A continuación se les pedirá que intenten cambiar sus animales hasta que cada uno tenga dos que sean iguales. Se animará a los niños a que miren a los demás para que intenten cambiarlos sin obligar al compañero, enseñándoles a pedirlo de forma adecuada y ofreciendo uno de sus animales a cambio. Se les mostrarán las ventajas de compartir juguetes y cambiar por otros en la relación con los demás. No se obligará a ningún niño a cambiar sus juguetes, lo importante es que, observando el modelo adecuado de lo que otros hacen, perciban las consecuencias positivas de actuar de esta manera.

Actividad 2: Me falta una...

Se repartirá a cada niño un puzzle con todas las piezas menos una, que la tendrá otro compañero, y se les pedirá que lo completen. Cuando ya sólo les quede una pieza comprobarán que no encaja en ningún sitio. Cada niño pedirá a su compañero que le preste la pieza que le falta para completar el puzzle y se lo agradecerá. Se pondrán todos los puzzles en una mesa y cada uno enseñará a los demás el suyo, recordando gracias a quién lo ha podido completar. Dependiendo del nivel de desarrollo del grupo se escogerán unos puzzles u otros. En esta actividad no se busca que el puzzle les parezca difícil, sino que sepan pedir ayuda y agradecerla para completarlo.

Actividad 3: Me comunico sin hablar

Se explicará a los niños que van a realizar un juego en el que no tienen que hablar. El adulto empezará a representar mediante mímica alguna actividad cotidiana y éstos tendrán que adivinarlo e imitarlo. A continuación se pedirá a cada uno que represente una actividad y los demás tendrán que acertarla, pudiendo darse orientaciones a los niños acerca de la forma en la que pueden expresar lo que les ha tocado. Se les comentará la importancia de las habilidades no verbales en la relación con los demás.

Actividad 4: La voz

Esta dinámica sirve para hacer ver la importancia del tono de voz en las relaciones interpersonales. Sentados en círculo se cantará una canción que todos conozcan en un tono muy alto (gritando), después muy bajito (susurrando) y, a continuación, en un tono adecuado. Cuando se haga en tono muy alto se taparán los oídos y se pondrá una cara de desagrado. Después de cantarlo muy bajito se les dirá que de esa forma tampoco está bien, porque no se entiende lo que están diciendo y los demás no les escuchan. Se resaltará lo positivo que es utilizar un adecuado tono de voz cuando se mantiene una conversación. A continuación se cogerán unas marionetas que motiven al grupo e irán hablando en un tono alto, bajo o adecuado; los niños indicarán si lo han hecho bien o mal cada vez. Conviene tener un especial cuidado en el propio tono de voz del adulto, para servir de modelo a los niños.

Actividad 5: Aprendo a escuchar

Se pedirá a cada niño que cuente lo que ha hecho ese día, por ejemplo durante la asamblea, y los demás escucharán atentamente dándole muestras de que le están entendiendo: mirando a los ojos, orientando su cuerpo, asintiendo... El compañero que esté a su lado tendrá que decir lo que acaba de contar su amigo. Si no se acuerda o no ha estado atento le pedirá que se lo vuelva a repetir. Conviene relacionar el estado emocional del compañero cuando le han escuchado (estará contento) y cuando no lo hayan hecho (estará triste). El objetivo es aprender a escuchar en silencio, prestar atención a los demás y expresar con otras palabras lo que han dicho.

Actividad 6: El pulpo

Se pintará un pulpo en la pizarra y se explicará a los niños que para desplazarse y poder comer necesita mover todos sus brazos. Los niños representarán de forma individual el movimiento del pulpo y se les dirá que de esa forma no puede comer, necesitaría muchos brazos. Se les preguntará qué podrían hacer para solucionarlo. Entre todos simbolizarán un pulpo cogidos de las manos y moviéndolas, así tendría más brazos y podría moverse mejor. Se trata de que los niños perciban la importancia de realizar actividades en grupo para poder conseguir un objetivo común.

Actividad 7: El guía

Se necesitan picas o cuerdas para simular un camino y un “tesoro” (una caja que contenga algún estímulo que motive a los niños, puede ser una mascota de juguete, unas fotos, un trabajo manual que vayan a llevar a casa...). Se les explicará a los niños que van a realizar un juego en el que uno se tiene que vendar los ojos. Otro compañero le guiará a lo largo del camino hasta llegar al tesoro. Los demás animarán al que hace de guía para que vaya despacio y muestre seguridad al compañero. El niño que haya guiado a su compañero dándole la mano y explicándole por dónde tiene que ir será el siguiente en vendarse los ojos y se cambiará el recorrido del camino. Cuando todos los niños hayan llegado al tesoro lo podrán abrir y repartirlo. En esta dinámica el objetivo es que confíen en sus compañeros para llegar a la meta, valorando la comunicación y la importancia de cooperar entre todos para alcanzar un objetivo. Ellos mismos serán los que se repartan el premio, de forma que todos salgan ganando. Si el reparto supone un “problema” para los niños, se aprovechará esta oportunidad para hacer referencia a las emociones de los demás y profundizar en las habilidades interpersonales.

Actividad 8: Nuestro mural

Se contará con papel continuo, ceras y lápices de colores. Se extenderá el papel en el suelo y todos los niños se pondrán alrededor. Se les explicará que van a realizar un mural y que tienen que elegir el dibujo que quieren hacer entre todos. Se escucharán las posibles propuestas y, por decisión común, realizarán entre todos el dibujo. Cada niño elegirá una cera de un solo color. Cuando lleven 5 minutos pintando se moverán dos pasos hacia la derecha y continuarán pintando el dibujo que otro compañero había comenzado. Este movimiento se realizará varias veces, de forma que todos los niños pasen por todas las posiciones. Al finalizar, el dibujo se colgará en la pared y se recordará que ha salido muy bien porque lo han hecho entre todos. Se irán fijando en cada parte del mural y se les preguntará quién lo ha realizado. Como estarán reflejados todos los colores será fácil identificar que todos los niños han participado en todos los lugares.

Actividad 9: Taller de cuentos

Se leerá el cuento de “El patito feo”, haciendo alusión a las emociones negativas que va sintiendo el patito por estar solo y la alegría que siente cuando hace amigos que le quieren. Se comentará la importancia de tener amigos para estar felices y compartir con ellos. Se manifestará que para llegar a tener muchos amigos es necesario: saludar y despedir, presentarse, alabar al otro, disculparse, aceptar juegos, dejar y pedir juguetes, ofrecer y pedir ayuda, expresar afecto, mantener un contacto visual, sonreír, ... Después se ensayarán mediante una representación las habilidades sociales que acaban de aprender.

Actividad 10: Mis amigos

Se le pedirá a cada niño que traiga un álbum con las fotos de sus amigos para que se las enseñe a los demás. Los niños irán saliendo para mostrárselas a todos sus compañeros, dirán quién es cada persona, las actividades que comparten juntos, cómo se siente con él, cómo se siente la otra persona cuando están juntos, cómo juegan... El objetivo consiste en hacer conscientes a los niños de la importancia de los amigos y las estrategias básicas para mantenerlos.

Actividad 11: El guiñol de los amigos

Después de haber trabajado haciendo dinámicas de tipo social entre todos los miembros del grupo, el siguiente paso será observar estas habilidades en otros personajes con los que se puedan identificar. Conviene volver a recordarles las habilidades verbales y no verbales básicas para hacer amigos. Se pueden representar situaciones sobre cómo presentarse a un niño al que no conocen, cómo ayudar y cooperar en el juego, hacer elogios a los demás y saber recibirlos uno mismo, entrar en un grupo de niños que ya están jugando, hacer una queja sobre algo que les molesta, etc. Una de las marionetas puede realizar el modelo de conducta inadaptada, sin embargo, se destacará cómo las otras se lo pasan mejor estando contentas y se invitará a la marioneta “negativa” a cambiar su comportamiento para mejorar.

Actividad 12: De excursión

Después de practicar en el grupo estas habilidades conviene realizar alguna salida que les ofrezca la oportunidad de ponerlas en práctica. Al terminar la actividad se comentará en grupo cómo ha sido la experiencia y se irán analizando situaciones teniendo en cuenta: qué hicieron, cómo lo hicieron y qué ocurrió. Se les proporcionará un modelo de aquellas conductas que les han supuesto una mayor dificultad. Se les mostrará la excursión como una oportunidad para hacer amigos nuevos y sentirse bien. Pueden realizarse fotografías y colgarlas en una pared del aula para referirse a ellas como una consecuencia positiva de sus propias capacidades.

“La única manera de tener un amigo es ser un amigo”

De: down21

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