Papá, mamá, decidme que "no"




“Educar a un niño es como sostener en la mano una pastilla de jabón. Si aprietas mucho sale disparada, si la sujetas con indecisión se te escurre entre los dedos, una presión suave pero firme la mantiene sujeta”. (Citado por Isabel Orjales: La Hiperactividad. Ed. CEPE).
No tenemos “la receta” para educar a nuestros hijos, ni vienen con el libro de instrucciones bajo el brazo… Sin embargo, y aunque no todo sirve para todos o al menos no de la misma manera, sí contamos con algunos  principios que pueden servirnos de ayuda:

ESTABLEZCAMOS HÁBITOS Y RUTINAS:

Siempre que sea posible (hay circunstancias puntuales que no nos lo permiten), establezcamos rutinas en las actividades cotidianas (levantarse, vestirse, comer,dormir…). Contar con buenos hábitos evita muchos problemas relacionados con las normas. El niño se siente seguro, sabe lo que toca hacer en cada momento, lo que se espera de él y evitamos, de este modo, la ambigüedad.

Los niños NECESITAN LÍMITES:

Necesitan tener puntos de referencia claros sobre lo que deben y no deben hacer. Establecer límites significa, entre otras muchas cosas, comprender que las cosas no pueden ser siempre como ni cuando al niño le apetece, interiorizar el respeto del turno en un juego o el simple hecho de no ser el primero en recibir algo.

ALGUNAS IDEAS CLAVES SOBRE LAS NORMAS Y LOS LÍMITES:

- Tengamos en cuenta el MOMENTO EVOLUTIVO del niño: no educamos del mismo modo ni establecemos las mismas pautas para un niño de 2 años que para uno de 12.
APRENDAMOS A UTILIZAR EL “NO” sin sentirnos culpables por ello: el “no” es una herramienta imprescindible en el proceso educativo del niño. Le ayuda a saber hasta dónde puede llegar. Por eso, es importante saber racionarlo. Si constantemente estamos diciéndole “no toques”, “no te subas”, “no chilles”, “no corras”… el día que le digamos un “no” verdaderamente importante como “¡no cruces la calle!”, seguramente el niño no haga caso, porque no le dará importancia debido a un exceso de uso. Hemos de establecer prioridades y decidir de mutuo acuerdo aquellos comportamientos (tres o cuatro) que no queremos consentir debido a sus consecuencias educativas y concentrar en ellos nuestros “noes”. Un ejemplo: No perdamos el tiempo en intentar que no se suba al sofá a los dos años, pero no le dejemos de ninguna manera llamarnos “tontos”, aunque lo haga con mucha gracia y picardía.
Seamos CONSISTENTES y COHERENTES: papá y mamá tratarán de actuar del mismo modo siempre que el niño lleve a cabo determinadas conductas. Esto quiere decir que el mantenimiento de un límite no debe depender de nuestro cansancio, del estado de ánimo de ese día o del lugar en el que nos encontremos (en casa de los abuelos sí, pero en nuestra casa no, por ejemplo). Esto puede llevar al niño a aprovecharse de ciertas situaciones o generar confusión en él, ya que entiende que las consecuencias a sus conductas son impredecibles y dependen de factores que se escapan totalmente a su control. Es lógico que nuestro estado de ánimo no sea siempre el mismo (y esto también es un aprendizaje que los niños deben hacer), pero hemos de hacer todo lo posible para mantener la coherencia y evitar que lo que hoy es blanco, mañana sea negro o que lo que ayer se saldó con un pequeño tirón de orejas, hoy implique un severo castigo.
-CRITIQUEMOS LA CONDUCTA, NO AL NIñO: Un “no me gusta que hayas pegado a tu hermana” resulta mucho más eficaz desde este punto de vista que un “eres un niño malo”. Por un lado, definimos con claridad la conducta que censuramos y, por otro, le transmitimos que lo que nos desagrada es ese comportamiento y no él/ella, que deben saber en todo momento que tienen nuestro cariño incondicional.
FORMEMOS UNA “PIÑA”:
· Evitemos repartirnos los papeles (“Él es el bueno y yo la mala” o “Ella es la buena y yo el malo”…). LOS PADRES, ante todo, debemos FORMAR UN EQUIPO, ya que si la balanza se desequilibra hacia uno de los progenitores surgen muchos conflictos de pareja. No se trata de ser padres “clónicos”, sino de buscar la complementariedad desde la colaboración, el consenso, el cariño…
· Evitemos desautorizar a nuestra pareja delante de nuestros hijos: Si uno de los miembros de la pareja está haciendo algo con lo que el otro no está de acuerdo, hemos de dejarle hacer y comentarlo más tarde en privado. Los niños suelen utilizar el desacuerdo respecto a ellos en su beneficio.
- HAGAMOS UN USO MODERADO, INMEDIATO Y PROPORCIONADO de los PREMIOS Y LOS CASTIGOS:
Llamamos premio a todo aquello que, aplicado a continuación de una conducta, aumenta la probabilidad de que ésta se repita en el futuro. El castigo, por tanto, tiene el efecto contrario.
Con frecuencia dudamos sobre el momento en el que premiar o castigar y termina por convertirse en un hecho aleatorio, que en ocasiones consigue reforzar, precisamente, lo que queremos evitar en el niño. Una pequeña norma:
- Premiar las conductas que deseemos que se instauren en el niño y cuya realización suponga un esfuerzo.
- Aprobar las buenas conductas ya adquiridas por el niño y que no impliquen un esfuerzo especial para él.
- Castigar conductas muy negativas y que se den con poca frecuencia.
Premios y castigos pueden adoptar diversas formas: hemos de decir que los refuerzos sociales – el reconocimiento, las palabras de cariño, una caricia… – o la ausencia de ellos, suelen ser más eficaces que los materiales.
Terminamos dando algunas pistas sobre la APLICACIÓN de los PREMIOS y los CASTIGOS:

EL PREMIO:

- Debe ser algo que el niño desee, que le motive de verdad;
- Ha de ser lo más inmediato posible;
- Siempre que esté en nuestras manos, que esté relacionados con la conducta que deseamos reforzar;
- Podemos utilizar a los demás de reforzadores, contándoles la “proeza” de nuestro hijo;
- No tiene por qué ser caro ni siempre material;
- Prestemos más atención a las conductas positivas e ignoremos, siempre que la situación lo permita, las negativas – hay comportamientos que no pueden ni deben ser ignorados -.

EL CASTIGO:

- Debe resultar desagradable para el niño, ser algo indeseado (de lo contrario, podría convertirse en un premio), pero nunca debe ser más perjudicial que la conducta que deseamos corregir o un modo de descargar nuestra rabia.
- Ha de tener toda la relación posible con la conducta que se pretende sancionar.
- Se puede combinar con el refuerzo / premio de la conducta contraria, para aumentar su efectividad.
-  Debe ser aplicado con coherencia y de forma sistemática: cada vez que se
produzca la conducta, debe producirse el castigo.
- Siempre que podamos, llamemos la atención a nuestro hijo en privado: hacerlo en público produce humillación y nos da todas las papeletas para que la conducta negativa se incremente.
- Combinemos intensidad y brevedad: el castigo debe causar un claro efecto en el niño, pero no debe durar en exceso; del mismo modo que hemos de evitar embarcarnos en castigos que sabemos no seremos capaces de mantener (“¡todo el mes sin ver la tele!”).
Educar es, sin duda, una tarea que nos llena de dudas, que nos hace sentir vulnerables y que nos mantiene en un constante interrogante; sin embargo, resulta en la misma medida apasionante, llena de retos y una preciosa inversión de tiempo y energía: al fin y al cabo, nuestros hijos son nuestro mejor patrimonio.

Si planificas para un año, siembra trigo.

Si planificas para una década, planta árboles.

Si planificas para una vida, educa personas.



Kwan Tzu

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